Una vez más, madres e hijos, se les ve apurados en las papelerías comprando útiles escolares y en los folletos reaparece la plaga de ofertas de mochilas, zapatos tenis y uniformes. Es inevitable. ¡Nos llegó el fin del verano y las vacaciones familiares!
En las páginas de redes sociales, mis contactos terminan de poner las fotografías de los lugares que visitaron, que van, desde un exótico crucero hasta un verano de montaña canadiense. ¡Cuánto disfruto pasar, una tras otra, las imágenes de gente sonriendo, paisajes distintos y familias reunidas!
Miro mis archivos y, nuevamente, me doy cuenta de que el fin del verano me rebasó sin darme tiempo a tomar un respiro para escaparme y tomar una vacación familiar. De hecho, mi agenda también quedó olvidada la mayor parte del tiempo y sólo aparecen asentadas, desde enero a la fecha, citas médicas, recordatorios de análisis y una que otra fecha de pago.
Escudriño mi imagen en el espejo y confirmo que me han salido más canas, que mi piel luce bastante menos sana que hace seis meses y las bolsas bajo mis ojos dejaron de ser un rasgo extraordinario. El cansancio perpetuo se convirtió en parte de mí.
Así, cierro el capítulo del “Verano 2011”. Sin fotos de viajes familiares, sin avances profesionales y sin mucha energía. Hasta que una imagen, como foto instantánea, surge en mi mente.
En ella aparecemos, mi mami y yo, tomando café una mañana cualquiera y mi papi escuchando nuestras interminables anécdotas sobre mis nietos, sus bisnietos. Junto a esa fotografía me topo con otra donde mi hijo, mi esposo y yo, caminamos hacia el cine después de una comida con charlas divertidas y proyectos compartidos. Mi álbum sigue creciendo, esta vez, con la sonrisa de mi nieta coqueteando, mi nieto abrazándome y mi hija, despampanante, con su bata de médico.
No, mi verano no trajo parajes nuevos ni me dio mucho descanso pero, no por eso, dejó de ser maravilloso. Dios, en este tiempo veraniego, me llenó de milagros espectaculares. Los más grandes: la vida de mi madre, el amor incondicional de mi esposo y el apoyo de mis hijos y cariño de mis nietos.
A mis cincuenta y uno, estoy aprendiendo que la vida es un incesante viaje y que, si me descuido, puedo perderme de disfrutar las cosas más importantes y valiosas. ¡Adiós verano extraordinario!
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