Definitivamente, ¡no me gustan las malas palabras! Aunque ante mi declaración, a veces, he escuchado de algunas personas argumentar que el contexto justifica su uso o que es parte de la cultura. De cualquier forma, mi apreciación es muy distinta.
La forma de hablar de la gente, en mucho, me revela una actitud. Y, si observo más detenidamente, me doy cuenta que esa actitud se refleja en casi toda su forma de vida.
Una personita, en especial, es mi mejor ejemplo. La forma en que habla a sus tres hijas y ahora al cuarto, un bebé recién nacido, denota un esmero. Ella, dependiendo de la edad de cada uno de sus hijos, utiliza con cuidado la forma de explicar e instruir, pero sin restarles oportunidad de que vayan aprendiendo palabras que las reten a ir incrementando su vocabulario.
Su forma de hablar es sólo la parte superficial. La manera de corregirlas, también, denota un dominio propio que la frena a gritar innecesariamente o maltratar a sus hijas por emociones descontroladas. Y, así, la he visto sobreponerse con madurez a contrariedades, desencantos y enojos, en todos los casos, sin el uso de expresiones soeces u ofensivas.
Si la comparo con la gente que usa malas palabras, mi primer pensamiento es: descuido. La actitud, nuevamente, se refleja en su lenguaje y es consistente con su vida. Viven sin control, no prestan mucha atención a lo que pueda suceder a los “otros” con sus formas y no hay una intención de ir puliéndose como personas, sin importar el área en el que trabajen o se desempeñen.
Para mí, el convivir con gente que va por la vida con un lenguaje lleno de malas palabras, es como tener un invitado que entra a mi jardín arrojando basura por doquier.
Y, si ninguno de mis argumentos me fuera suficiente para evitar las malas palabras, como creyente, uno sólo me hace temblar: “Porque darás cuenta ante Dios de cada palabra que haya salida de tu boca”. ¡Qué vergüenza pasaré por aquellas veces en que de mi boca salieron ranas y serpientes!
A mis cincuenta y uno, aún aspiro mucho de mí misma. Me gusta pensar que, cada día, puedo mejorar en algo y que, siempre puedo empezar, con mi lenguaje.
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