¡Todos creyeron que estaba ahí y no fue así! Porque mi corazón y yo fuimos de huida.
El cielo amaneció, al igual que mi corazón, llorando o. . . al menos hasta que, sentada frente al tocador, mis ojos toparon con los tuyos en una fotografía que nos tomaron hace ya muchos años. Entonces decidí que, si hoy no podías estar presente en “mi presente”, iría a buscarte ahí. . . donde siempre estamos juntos: en nuestros recuerdos. Porque, ¿no dicen que recordar es vivir? Y, confieso, fue más fácil de lo que pensé pues, cada rincón y cada relación de mi vida, tienen algo de ti.
Al pasar por la cocina, la botella de licor de piñón me hizo sonreír. ¡Cómo nos reímos al comprarla! Después de probar siete opciones diferentes, ¡yo elegí mi primera selección. . . de piñones! Y volví a sentir tus deseos de consentirme al recordar tu eterna frase, “lleva lo que quieras, mamacita”. No alcancé a borrar la sonrisa de mis labios cuando surgió otra al recordar el día cuando, nuestro nieto, con adorable ingenuidad te preguntó, “¿Gramma es tu mamá?”. Vaya apuro en el que te metió con su pregunta y lo difícil que fue hacerle entender tu forma cariñosa de llamarme.
El refrigerador trajo nuevos encuentros al encontrarme con las carnes frías sobrantes de nuestro fin de semana. Casi tuve la tentación de repetir en voz alta, “¡es muy temprano para comer jamón serrano, amor!”. ¿Cuántas veces buscaste mi complicidad al tratar de seducirme para que combinara el café con canela y el jamón?
Mientras recorría el camino para llevar a nuestra nieta, fue ella quien me llevó a tu encuentro al pedirme que escucháramos “la canción favorita de Momo”. Saboreo descubrir que, tu huella, también ha quedado marcado en el corazón de mi pequeñita.
Las horas han pasado y el día de nuestro aniversario está llegando a su fin. Aunque ausente, cada minuto estuve junto a ti en el interminable hilván de las memorias.
Finalmente escuché tu voz, después de varios intentos fallidos. No hay noche, desde hace muchos años, que tu despedida antes de ir a dormir, no me asegure que estás ahí, para mí, para velar mi sueño y para cuidarme con ese celo que, sólo vive, donde existe un verdadero amor.
A mis cincuenta y uno, reitero, amado mío, eres mi más grande bendición. ¡Feliz aniversario!
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