sábado, 20 de agosto de 2011

"Los miserables"


Cuando supe que una persona se auto clasificaba como “muerta de hambre”, inicié un recuento sobre su vida: joven, saludable, con hijos maravillosos, una familia que la ama y apoya, una profesión que avanza día a día y que además le da un lugar para servir al prójimo, un negocio que va consolidándose, una hermosa casa, tres personas para ayudarle en las actividades domésticas, viajes al extranjero y un auto de lujo en la puerta.
Entonces descubrí que los seres humanos tenemos un “chip” integrado llamado “egoísmo” y que, lejos de encargarse de lograr nuestro bienestar, nos ciega los ojos espirituales y nos abre los instintos de apetitos insaciables. Su información genética es incompatible con la del “chip” de la gratitud que se encarga básicamente de enseñarnos a vivir en contentamiento.
También entendí que “los miserables” no definen su condición por la falta o abundancia de bienes materiales sino por la manera de apreciar su propia vida. Así, revisando en mi agenda, me fui encontrando con muchos “ricos-miserables” y “muertos de hambre” que, al igual que la persona que mencioné antes, tienen una larga lista de privilegios y comodidades que el pernicioso “chip” del egoísmo no les permite apreciar y disfrutar.
Lo más triste es que, esos “miserables”, realmente creen que lo son y su corazón vive en una amargura que los va invadiendo como un cáncer. Al paso del tiempo, sin importar cuanto más lleguen a tener, jamás tienen lo suficiente para sentirse plenos y hasta felices.
A los cincuenta y uno, ruego a Dios que encienda en mí el “chip” de la sabiduría y que nunca permita que el de la gratitud deje de funcionar. Y, para ser congruente con mi petición, inicio mi lista para contar mis bendiciones.

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