¿Cómo pueden estar “solos” tres viviendo en la misma casa? Mis hijos y yo tenemos la respuesta.
Una noche, con demasiada juventud y sobredosis de egocentrismo, mi marido y yo discutimos hasta que fuimos incapaces de “sobrevivirnos” bajo el mismo techo. En minutos, él preparó su equipaje y yo misma le abrí la puerta. La casa se vació en el momento en que cruzó la puerta.
Por las siguientes tres semanas, no hubo rutina que lograra reajustarse y una densa nube de tristeza se instaló en los tres corazones que aún latían en lo que quedaba de nuestro hogar.
Día a día, el motivo de la riña parecía irse marchitando. Los reclamos, al repetirlos en la soledad de nuestra alcoba, fueron perdiendo sentido y razón hasta resultar absurdos.
¿Dónde estaba mi compañero? ¿Cómo seguir con el sueño de un hogar sin su presencia? ¿Cómo había permitido que mi enojo destruyera la familia de mis hijos?
Las preguntas se acumularon y con una palabra quedaron respondidas: “Egoísmo”.
El dolor cesó una mañana, la “Mañana del perdón”.
Si desde su partida la distancia entre nosotros había crecido, la cordura me recordó que, la humildad y el perdón, son pies ligeros para recorrerla de regreso. Así que, dejando el orgullo en la gaveta y con mi vestido más bonito, lo sorprendí encontrándolo al entrar a la oficina.
Sólo me bastó ver su mirada para entender que, en la ausencia, el amor había labrado un anhelo en el corazón de mi amado: ¡Volver a mi lado y al hogar perdido!
Hoy, en mi recuento, me encontré con este pasaje de nuestra historia y, como si hubiera ocurrido ayer, aún se eriza mi piel al pensar en lo cerca que llegamos a estar del precipicio de la separación.
Y, aunque tenemos historias de pleitos y disgustos, me doy cuenta que aprendimos la lección. Una, que borró de nuestro menú de opciones: “cruzar la puerta del nido para poner distancia”. Y, dio paso a la única solución en momentos de emergencia: “Honrar el pacto hasta que las turbulentas aguas del egoísmo bajen y se renueve el amor”.
Este primer día, rumbo a los 26 años de matrimonio, vuelvo a decirte: ¡Gracias, amor, por haber vuelto para llegar a celebrar este gran día!
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