En los últimos ocho meses, mi vida con mis planes y proyectos pasó a segundo término. Ahora escribo la fecha y me doy cuenta que más de la mitad del año ha volado y todavía no puedo palomear ningún renglón de mis metas. Por amor, he cambiado mis prioridades por las necesidades de los demás.
Y, en un desliz del pensamiento, pude ver con claridad lo que podría decir de los 25 años junto a mi Gordo, mi marido: Él me puso en el primer lugar de su lista y, a veces y al mismo tiempo, en el segundo, tercer, cuarto y quinto lugar, dejando sus proyectos hasta el final en sus prioridades.
Podría hablar de las grandes cosas que ha hecho por mí, como dejarse despojar económicamente para rescatarme, literalmente, de una terrible extorsión que ponía en riesgo mi bienestar y mi vida. Renunció a oportunidades profesionales que implicaban mover nuestro lugar de residencia. Canceló, más de una vez, reuniones importantes para estar a mi lado en las crisis familiares o si mi salud requería atención. Dejó amigos, viajes, sueños, y todo, porque hizo de mí su prioridad.
E igualmente, si hago un recuento de las pequeñas cosas, mi lista es muy extensa: hace las compras o carga gasolina a mi auto en lugar de ver la TV; sin importar la hora, me lleva la meriendita a la cama; jamás he tenido que sacar la basura; juntos levantamos la casa al final de las reuniones; sólo dos ocasiones, por viajes ineludibles, dejó de asistir a las juntas escolares y no falló a ninguna cita con el ginecólogo; alimenta al perro en turno para que yo no interrumpa mi lectura o deje de escribir; cambió pañales, limpió narices, contó cuentos, salió decenas de madrugadas por medicamentos, recogió niños de la escuela, llevó a nuestra hija al patinaje en la madrugada y a nuestro hijo al beisbol; e incluso ahora, para mí o para ellos, cruza mares y escala montañas para ayudarnos a lograr nuestros planes. Si tuviera que escribir todo lo que mi esposo ha hecho por mí, este escrito, sería interminable.
Por eso, hoy que Dios me da la oportunidad de hacer a un lado mi lista y mis metas, recuerdo como ese alguien, mi mejor amigo y esposo, me ha enseñado que es posible hacerlo con amor, con entrega, con renunciación y sin medida.
¡Gracias, Gordito, por enseñarme a amar y por todo lo que has hecho por mí!
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