No dejan de rondarme las sombras, las observo y, por más que busco, no encuentro las que persiguieron mi madre, mis abuelas y, muy seguramente, mis bisabuelas. Todo parece indicar que los patrones de “éxito” de su época han pasado de moda o han caducado sus perfiles.
Busco y rebusco. . . ¡Es inútil! Las sombras de éxito de las madres que entregaban sus días al cuidado de los niños, a la formación del hogar, al apoyo del esposo y que se daban tiempo hasta para inventar y compartir recetas se han extinguido. Y, para mayor sorpresa, me doy cuenta que nadie les extraña ni las busca para intentar seguirlas.
¿Cuándo fue la última ocasión en que me topé con alguna mujer cuyos objetivos se parecieran a los de ellas? Tal vez fue hace más de veinte años y, en mi presencia, comenzó a callar sus logros al convertirse en blanco de los comentarios que restaban peso a sus metas y hasta las desdibujaban preparándolas para dar paso a la burla.
Sí, es un hecho. Ahora las historias de éxito de las mujeres deben llevar un título universitario, reconocimientos profesionales y una abultada cuenta de banco para ser consideradas valiosas. Aquellas que, por el motivo que sea, siguen el andar de mi madre y mis abuelas como profesionales del hogar y como formadoras de seres humanos íntegros, se esconden casi avergonzadas con un título en la espalda de “fracasadas”.
A mis cincuenta y uno, comienzo a pensar que la extinción del “éxito” en las mujeres como esposas- madres y la instalación de las versiones modernas, tienen mucha relación con las historias de fracaso y perdición de nuestras familias, nuestros jóvenes y nuestra sociedad.
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