domingo, 26 de junio de 2011

"Fútbol"

Creo que inevitablemente he sido contagiada por el ambiente de celebración por el triunfo de México en el fútbol aunque, debo confesar, no vi un solo partido y. . . ¡todavía no puedo reconocer cuando hay fuera de lugar! Soy, como la mayoría de las mujeres de mi edad, alguien que se ocupa más de las botanas que serviré el día de un partido importante y aprovecharé la oportunidad para invitar a los amigos que voy extrañando.
La verdad es que ¡me gusta ver a mi país unido! Esa es la razón por la que también me uno al festejo porque me encanta sentir la unidad y la alegría por los logros. Pero, a pesar del regocijo, algo me queda rondando al pensar en todas aquellas ocasiones en las que nuestro equipo se queda justo antes de cruzar la raya del triunfo. Los comentarios y críticas en contra de nuestros jugadores surgen por doquier descalificándolos hasta despojarlos de toda esperanza. ¡Tan parecido es cuando la gente que nos rodea se aleja de nuestras expectativas!
Los “apoyadores” incondicionales, desafortunadamente, se han ido extinguiendo en mi sociedad. Pocos son los amigos que se quedan a nuestro lado para recordarnos que estarán ahí, sin importar la circunstancia, o que nos traigan a la memoria los aciertos que hemos tenido en nuestra vida para infundirnos una confianza renovada.
Lo más frecuente es que, cuando cometamos los errores propios del aprendizaje en este asunto de vivir o nos desviemos de lo que el otro esperaba de nosotros, nos topemos con la crítica, el reproche y el apoyo se desvanezca bajo la justificación nuestras fallas.
A mis cincuenta y uno, me sigo preguntando si la humanidad ha sido siempre así o es que la misericordia y el amor incondicional al prójimo están asfixiándose bajo el peso del individualismo y el egoísmo de mi época.

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