"La vida sobre ruedas".
Cientos de veces he escuchado esa expresión cuando la gente se refiere a
una vida que anda sobre plano, sin problemas y viento en popa. Sin embargo,
hoy, 20 de noviembre, la frase trae algo muy distinto a mi mente. Viene a mi
memoria la historia de una mujer a quien, desde la infancia, la vida le exigió
mucho.
Nacida en una familia que hoy llamaríamos “disfuncional” y en medio de
los desmanes de la revolución mexicana, busca una salida a la circunstancia en
casa y la protección para sobrevivir al
sinfín de malandrines que la acechaban. Así es como se casa, siendo aún una
niña, con un hombre más de veinte años mayor que ella. Como es natural, poco
tiempo después inicia su larga historia de maternidad.
Pero incluso esa experiencia, para muchas mujeres el inicio de una etapa
maravillosa, añadió el dolor más grande de una madre: la muerte de su primer
hijo. . . Joaquín.
Uno tras otro fueron llegando los hijos y, antes de que llegara el
último, el número trece, algo comenzó a ir mal. Aquella joven mujer, enérgica y
fortalecida a base de sinsabores, dejó de caminar. Al principio, lograba
hacerlo tomada de barandales y ayudada por sus hijos. Pero la enfermedad, que
hasta hoy no tiene nombre, ganó la partida y la dejó anclada a una silla de
ruedas, años antes de llegar a los cuarenta.
Aún tras ese embate, en el que perdió su capacidad de caminar, ella
siguió andando el camino de la vida. Con una cuchara de palo y desde esa silla,
dirigió una casa con más de una docena de hijos y otro tanto de sobrinos que
visitaban su hogar con frecuencia. También logró ganarse una voz frente al
autoritario esposo y, a su muerte, desplegó las alas de su alma, siempre
dispuesta a la aventura.
Los viajes por carretera podían tener cualquier destino: un pueblo en el
Bajío o uno junto a la costa. Para ella, la excusa era lo de menos. Deleitarse
con el verde del paisaje y sentir la libertad, eran suficientes para hacerla
feliz.
Esta diminuta mujer hizo honor al día que se convirtió en la conmemoración
de la Revolución Mexicana, pues con su espíritu indomable y su amor a la vida, puso
alas a esa silla de ruedas, engendró su propia revolución, y la sembró en todos
los que de ella venimos.
¡Feliz cumpleaños, abuelita Julia!
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