Él cree en el sacrificio por amor: ella en el amor a sí misma.
Él cree en el amor por decisión y hechos; ella en el amor de la emoción y
sensaciones.
Él cree en la solidaridad y compañía; ella en el bienestar material y
nivel social.
Él cree en el matrimonio para toda la vida; ella en el matrimonio al
servicio de su vida.
Él cree que los hijos y la familia son primero; ella en la
autorrealización y en la profesión.
Él actúa por prioridades; ella por la conveniencia y seguridad del futuro.
Él habla de alianza y pactos; ella de arreglos y contratos.
Él cree en el amor de Dios y en el perdón; ella en velas, influencia de los astros,
ángeles y autodeterminación.
Cuando miro a los jóvenes adultos buscando compañera, seleccionando con
los ojos la belleza y no con el escrúpulo de la razón, pienso en el destino de
esa pareja cuya familia hoy va camino a la destrucción.
¿Cómo decir a esos muchachos que el entusiasmo de los primeros días se
hará vapor y la hermosura será como sal entre las olas? ¿Cómo explicar que,
cuando el tiempo pase y las tormentas lleguen, sólo un ancla podrá llevar a
buen puerto a su familia?
Pero la juventud suele venir infectada de soberbia y los oídos no se
prestan a escuchar consejo. Así que será a mitad del camino cuando, con
sinsabores y dolores, se den cuenta de que, más importante que la lindura de los
ojos y el color resplandeciente de la piel, será la comunión de sus creencias
las que les darán un matrimonio fuerte. . . hasta que la muerte los separe.
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