Como repicar de campanadas, hoy desperté con una palabra colgada en la
conciencia: “Tiempo, tiempo, tiempo”. Siendo imposible ignorarla, dejé que los
aromas del café se mezclaran con mi reflexión y me dispuse a seguir su rastro.
¿Qué hace tan importante al tiempo? Paradójicamente, la mayoría de
nosotros lo dilapidamos en actividades inútiles, relaciones sin futuro o
pensamientos destructivos cuando, en realidad, es un recurso limitado para
todos, al menos aquí en la tierra.
Por ejemplo, cuando anunciamos que daremos una cena de cuatro tiempos,
dejamos claro que hemos invertido mucho tiempo para agasajar a ese alguien
importante para nosotros. Y si rescato la palabra “mucho” y la sumo a mi
reflexión del tiempo, ¿encontraré el origen de mis pensamientos? Sigo
cavilando.
A veces, ocurren cosas a “destiempo”. Cumplir años en lunes, siendo una
niña de cinco años, no es lo mejor que te puede pasar. Nada alienta a la celebración. Los
deberes cotidianos secuestran a los posibles convidados y no hay lugar para
una gran fiesta.
Pero ayer aprendí que el tiempo puede hacer toda la diferencia. . .
Cuando mi pequeña nieta recibió el tiempo de su mami y disfrutó de su creatividad
en forma de pastel, ella vio crecer su bagaje de recuerdos de la infancia y,
estoy segura, esa memoria iluminará su rostro adulto cuando vuelva su mente
hacia el pasado.
Juntas, compartiendo un tiempo en exclusiva, hicieron el plan para preparar su pastel de cumpleaños y
pusieron manos a la obra. Estoy segura que la pequeña no recordará que en una
maniobra el pan sufrió un poco de daño pues será el tiempo madre-hija lo que eclipsará cualquier inconveniente del
recuerdo. ¡Creo que encontré la clave!
Mi nieta recibió muchos regalos, pero ninguno competirá en sus
recuerdos con el más valioso y mejor de todos los regalos: ¡El tiempo
de mamá!
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