Una llamada para pedirle ayuda con mi padre y en la bocina escucho la
respuesta de siempre: “Lo primero es lo primero”. Al cortar, él hace una
llamada y su cita importante queda cancelada para estar libre e ir a atender a
su suegro.
* * *
La videoconferencia ha iniciado
y la vocecita en la otra habitación lo alerta. Es él, su pequeño nieto
llamándolo. Con cortesía, pero con presteza, se disculpa y desaparece de la pantalla
para ir a su lado porque el niño lo ha llamado. Él necesita compañía y lo
invita a jugar. Los asuntos de trabajo pueden postergarse, su necesidad no. “Ya
habrá tiempo de continuar, esta noche”, y así inicia la diversión. . . Y el
amanecer lo encuentra trabajando.
* * *
Es momento de detener la carrera sobre la interminable lista de
pendientes pues, la hora de ir a recoger a su nieta a la clase de baile, ha
llegado. Los negocios son importantes pero jamás más que ella. ¿Cómo perderse
esa sonrisa vestida de tutú? De la mano, se dejará guiar hasta el mostrador y
comprará esa paleta de colores. Hay cosas valiosas pero nada como ese instante
con ella.
* * *
El aparador, con sus luces y el
cristal, hacen lucir al novedoso aparato aún más atractivo. Su diseño, la
pantalla y su capacidad de procesar lo convierten en algo irresistible. Si lo
tuviera, ¿no sería más fácil su trabajo? Pero. . . muchos rostros, entre ellos
los de sus hijos, inician la justificación para no caer en la tentación. La
universidad, los cursos y su bienestar se agregan al discurso para convencerse
de que hay prioridades y, en voz alta, declara: -realmente yo no lo necesito”.
* * *
Suena el despertador y, con enormes trabajos, logra levantarse. Son
las cinco de la mañana y no deja de llover. Todo invita a volver a dormir pero,
el pensamiento de los suyos, los que cuentan con él, lo hace moverse más rápido
y antes de las seis de la mañana ya está en el camión que lo llevará de vuelta
a la oficina. Se arropa con la chamarra para vencer el frío y sonríe, “Por una
noche, unas horas más con mi mujer, valió la pena”.
* * *
Lo suyo nunca han sido ni las
palabras, ni los detalles románticos. Las tarjetas de cumpleaños apenas
incluyen un par de líneas cortas y una firma. No sabe elegir los regalos y a
veces olvida poner una inscripción en las flores. Pero, después de casi 30 años
juntos y recordar como vive en entrega incondicional para lo suyos, ¿para que quiero
que me diga que me ama?
Amo a mi esposo y sé cuanto me
ama. . . ¡Cuánto nos ama! ¿Quién necesita palabras?
Así que, no importa, ¡No
me lo digas, amor!
Muy amada. . . a los cincuenta y dos.
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