miércoles, 20 de junio de 2012

"¡No me lo digas!"



Una llamada para pedirle ayuda con mi padre y en la bocina escucho la respuesta de siempre: “Lo primero es lo primero”. Al cortar, él hace una llamada y su cita importante queda cancelada para estar libre e ir a atender a su suegro.
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La videoconferencia ha iniciado y la vocecita en la otra habitación lo alerta. Es él, su pequeño nieto llamándolo. Con cortesía, pero con presteza, se disculpa y desaparece de la pantalla para ir a su lado porque el niño lo ha llamado. Él necesita compañía y lo invita a jugar. Los asuntos de trabajo pueden postergarse, su necesidad no. “Ya habrá tiempo de continuar, esta noche”, y así inicia la diversión. . . Y el amanecer lo encuentra trabajando.
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Es momento de detener la carrera sobre la interminable lista de pendientes pues, la hora de ir a recoger a su nieta a la clase de baile, ha llegado. Los negocios son importantes pero jamás más que ella. ¿Cómo perderse esa sonrisa vestida de tutú? De la mano, se dejará guiar hasta el mostrador y comprará esa paleta de colores. Hay cosas valiosas pero nada como ese instante con ella.
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El aparador, con sus luces y el cristal, hacen lucir al novedoso aparato aún más atractivo. Su diseño, la pantalla y su capacidad de procesar lo convierten en algo irresistible. Si lo tuviera, ¿no sería más fácil su trabajo? Pero. . . muchos rostros, entre ellos los de sus hijos, inician la justificación para no caer en la tentación. La universidad, los cursos y su bienestar se agregan al discurso para convencerse de que hay prioridades y, en voz alta, declara: -realmente yo no lo necesito”.
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Suena el despertador y, con enormes trabajos, logra levantarse. Son las cinco de la mañana y no deja de llover. Todo invita a volver a dormir pero, el pensamiento de los suyos, los que cuentan con él, lo hace moverse más rápido y antes de las seis de la mañana ya está en el camión que lo llevará de vuelta a la oficina. Se arropa con la chamarra para vencer el frío y sonríe, “Por una noche, unas horas más con mi mujer, valió la pena”.
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Lo suyo nunca han sido ni las palabras, ni los detalles románticos. Las tarjetas de cumpleaños apenas incluyen un par de líneas cortas y una firma. No sabe elegir los regalos y a veces olvida poner una inscripción en las flores. Pero, después de casi 30 años juntos y recordar como vive en entrega incondicional para lo suyos, ¿para que quiero que me diga que me ama?
Amo a mi esposo y sé cuanto me ama. . . ¡Cuánto nos ama! ¿Quién necesita palabras?
Así que, no importa, ¡No me lo digas, amor!

Muy amada. . . a los cincuenta y dos.

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