En un acto de osadía y alentada por el brillo de la pantalla recién
estrenada de mi marido, retiré el plástico con el que protegía la de mi propio
aparato. Y, ¡sorpresa! Era tan brillante como el iPad de mi esposo y, la
definición, me pareció espectacular.
Con el ánimo de conservarla en el mejor estado posible y por más
tiempo, y considerando que prestaría mi iPad a mis nietos, al momento de
sacarla de la caja, le coloqué una mica protectora y hasta entonces accioné el
botón de inicio.
Dos años después, por primera vez, veo su luminosa apariencia y, no
sin cierto temor, me dispongo a disfrutar de la resolución que la tecnología de
la tableta electrónica tiene.
Y, mientras me divertía agregando aplicaciones nuevas que utilizaran
muchas imágenes, comencé a pensar en mi manía de prevenir y agregar seguridad “extra”
a todas la situaciones. “Por si acaso” se convirtió, y no se ni cuando, en la
etiqueta aceptable para disfrazar mis miedos.
Así, inicio un repaso de aquello que ha recibido un tratamiento de
cuidados extremos y me topo conque, mi corazón, forma parte de esa larga lista,
dando como resultado relaciones interpersonales algo superficiales. Parece que,
en la intención de protegerme, tengo la tendencia de mantener a la gente nueva
que llega a mi vida, a distancia. . . bajo una mica.
Al final, descubro que me he perdido de gozar de muchas cosas buenas
por poner una “mica de protección” y jamás estrenar las novedades por no
jugarme el riesgo.
Ahora me río de mi pequeño absurdo pero, no por nada dice el dicho: “El
que no arriesga, no gana”.
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