Diez años después, ella declara: “Decidí unirme al hombre de
mi vida
y no me equivoqué”.
Ante un anuncio semejante, más de uno, pensará que ella tiene el
matrimonio perfecto y ¡tiene razón!
En una década, casi puedo asegurar, se habrán escuchado: el estallar
de puertas después una discusión, citas al cine canceladas a gritos y muchas exigencias
entre las cuatro paredes del “nido de amor” que, esa pareja, se comprometió a
formar.
Ella, tal vez, le habrá reclamado que dejara los zapatos a la mitad
del pasillo y que la hicieran tropezar. Él, es posible, se enfadara por el
monto a pagar de la tarjeta de crédito y que ella olvidara el compromiso de
austeridad.
Tampoco es difícil imaginar escenas de rabietas, enojo y mal humor después de una noche de desvelos por la enfermedad de su hija y, ¿acaso sonaría
imposible que, en algún momento, pararan a mitad del camino por la duda de
querer seguir en el proyecto común?
Aunque no parece como una “historia de amor” ideal a primera vista, en
realidad, lo que la convierte en “la verdadera historia de amor” es que, hoy,
estén celebrando el seguir juntos. . . a pesar de todo.
Si por lo menos las parejas, que inician el camino de su alianza,
corrigieran la falsa idea de lo que es el amor; si conocieran el significado
que Dios le dio a tan maravillosa y, a la vez, difícil relación, muchas, jamás
tomarían el reto de intentarla pues, ¿qué de atractivo tiene el amor en su
verdadera definición?
Es por eso que, entre gritos y sombrerazos, con besos y portazos,
aderezado de promesas, regalos y reclamos, un aniversario de matrimonio,
¡SIEMPRE ES DIGNO DE CELEBRAR!
“El amor es paciente,
es bondadoso; el amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no es
arrogante; no se porta indecorosamente; no busca la suyo, no se irrita, no toma
en cuenta el mal recibido no se regocija de la injusticia, sino que se alegra
con la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.” (1 Corintios 13:4-7)
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