martes, 5 de junio de 2012

"Abandono"


La imagen que surge en mi mente, cuando se menciona la palabra “abandono”, es la de alguien que parte, maleta en mano y sin mirar atrás. Sin embargo, cuando miro en mi entorno con cuidado, descubro que el abandono es, mucho menos obvio y más sutil, pero igualmente doloroso. Su imagen es engañosa pues se reviste presencia aunque está llena de indiferencia.
Así aparecen familias donde los padres, ocupados en los múltiples asuntos, crían hijos como el pastor acarreando el rebaño. Los llevan a la escuela y a las actividades escolares pero, al final del día, no pueden contabilizar un momento de atención a los intereses y necesidades personalísimos de los hijos. Y la coartada, con matices de responsabilidad, excusará que todo lo que hacen es por y para ellos.
Igualmente la esposa, atareada con los menesteres domésticos, podrá argumentar que cuida del hogar para prodigar bienestar a su familia pero, el saldo, al igual que con ese niño abandonado, sólo refleja ausencia.
Así puedo ir sumando ejemplos: El empleado que cumple con sus deberes e ignora al cliente al que se supone debe servir; el esposo que se retrasa cada noche en búsqueda de una mejor economía y que deja vacía la silla durante la cena en familia; o el hombre que llama al amigo en su cumpleaños pero que olvida llamar, cualquier día, para saber de él.
Es en esa reflexión que encuentro una respuesta a la soledad que una inmensa mayoría en nuestra sociedad vive y la devastación emocional que están sufriendo nuestros niños. Con tantas ocupaciones y carreras nosotros, también, estamos abandonando a los nuestros y al mundo.
¿Por qué entonces nos extrañamos de ver al adolescente aislado tras los audífonos o al niño parapetado tras un juego de video? ¿Qué nos hace pensar que debería ser distinto?
¿Habrá alguien más que descubra esta misma razón que hoy me asalta?

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