Mientras mi padre agonizaba, comencé a pensar en que pronto caminaría los primeros pasos hacia la orfandad. Pero nunca alcancé a entender que sería como llegar a un cementerio con muchas lápidas en blanco.
Hoy fue un día importante en lo que es una de mis grandes pasiones. Al salir de la cita con mi editor, llevaba entre manos la fecha cada vez más cercana para la publicación del libro y una conversación para iniciar el trabajo para el siguiente. Con el corazón alborotado, en tono de broma lo escribí en el grupo que comparto con mis siete hermanos. Clavé mis ojos en la pantalla del móvil y esperé. . . y esperé. . . y esperé. Varios minutos después, tres líneas aparecieron. Mi hermano que me sigue en edad escribió que le daba gusto. Después, más silencios.
En un intento de aligerar la tristeza que se materializó en lágrimas en los siguientes segundos, escribí tratando de jugar sobre las "enhorabuenas" ausentes. La pantalla volvió a quedar desierta. Entonces comprendí que había perdido a mi seguidor y fuente de ánimo en mi vida de escritora: mi padre.
Ante un anuncio como el de hoy, lo habría escuchado decir cosas como "tienes talento, no dejes de escribir" o "muy merecido, sigue adelante". Seguramente me habría pedido el manuscrito y yo se lo habría entregado impreso en letras grandes para sortear su dificultad con la vista. Pero mi padre ya no está para alentarme ni para pedirme mis escritos.
Aunque mi familia es grande y sé que todos me aman, nadie sentirá tanto orgullo ni creerá en mi como él lo hacía.
Fue así como, este día, llegué a ese triste camposanto que mora en mi corazón y escribí esa primera lápida con el epitafio que ahora cita:
"AQUÍ YACE MI FUENTE DE ANIMO Y FAN INCONDICIONAL".
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