La adolescencia puede ser como un río sin cauce.
Es como levantarse,
cada día, con la necesidad imperiosa de gritar y levantar el puño, y no tener
mas que una melena ensortijada para expresar las ansias de una vida sin
fronteras. Y yo, como muchos, hice blanco de esa rebeldía ciega a mi madre.
Tenía que huir, aunque no tenía ni idea de a donde dirigir mis pies
insaciables de nuevos horizontes; y en medio de mis deseos voraces de vida, una
mano –cierta noche– dejó sobre mi buró un libro. . . uno que sirvió de mapa a
mi alma ávida de libertad: “Siddhartha”.
Adivinando mi frustración, mi padre, cierto día, jugando el papel de mediador en
las incontenibles batallas entre mi madre y yo, abrió la puerta hacia un lugar
en donde no se valían palabras pronunciadas. Ese nuevo espacio regalado,
resguardado entre páginas y portadas, habría de convertirse en mi personal
refugio para la reflexión y mi inviolable intimidad para echar al vuelo en
estallidos de conductas irreverentes, romances anhelados y aventuras sin
horarios.
Así fue como mi papi, quien me dejó a merced del aliento vital de los
libros, –con un poco de maña– tendió un puente para hacerme llegar los
mensajes que el ruido de mi rebeldía no me dejaban escuchar.
Si, Siddhartha, aquel joven empecinado en vivir ajeno a las fronteras
seguras de su padre, fue el primero que levantó conmigo el estandarte de la
autonomía vital, no sin compartirme –a través de su historia– sobre los baches
de tristeza que encontraría y el tortuoso camino de la incertidumbre en el
futuro; pero fue mi papi quien atizó la vena de la ambición de letras y la
búsqueda de sabiduría en las minas de los libros.
Tú te has ido ya, papi, a un lugar donde no puedo alcanzarte aún; pero
sigo encontrándote entre las letras tejidas en historias y, casi sin querer, te
imagino por las noches dejando una nueva andanza, un consejo a tiempo o un sueño
refrescante –sobre mi mesa de noche– entre las alas de un libro.
¡Te extraño!
No hay comentarios:
Publicar un comentario