¿Qué crees, Abuelita
Julia? Que la mayoría de tu prole nos reunimos y, ¡nadie tuvo que morir!
Sí, así como lo oyes.
Movidos por el amor y las ganas de disfrutarnos, nos saltamos la trágica
inercia de sólo vernos en los entierros. ¡Fue tan divertido!
Todo empezó con una
idea, algo que tú me entenderías sin dificultad: reconocer que el tiempo y la
edad se siguen sumando a la generación que te sigue.
Recordando la vieja
costumbre que tú tenías de buscar cualquier excusa para estar juntos, lanzamos
la convocatoria y el entusiasmo subió como la espuma. Cada nieta, por
iniciativa personal, sumó sus dones para organizar la reunión que, antes de que
nos diéramos cuenta, sumó varias decenas de invitados que incluyeron tres
generaciones.
La emoción de ver a
los hermanos abrazándose, mirándose con sorpresa y conmoviéndose por la
oportunidad de estar juntos, valió por todas las carreras y los viajes que
varios tuvieron que hacer para llegar.
Pero, además de los
abrazos, una persona en especial nos hizo sonreír y recordar el verdadero
sentido de la vida: tu hija Nohemí, ahora la mayor de las hermanas
sobrevivientes. De haber estado ahí, estoy segura que te habrías unido en
aplausos cuando abrió la pista, invitada por mi hermano menor, al tiempo de un
vals moderno.
Sonriendo, vestida de
amarillo (aquí aplicaría el dicho de “la que de amarillo de viste, en su
hermosura confía”) y con una vitalidad que parece no saber que mi tía sobrepasa
los 85 años, nos dio el ejemplo de lo que se trata gozar la vida, a pesar de
los embates.
Mi mente recordó su
historia. La pérdida de su primer hijo tras una penosa enfermedad, un exilio
perpetuo para dar la mejor calidad de vida a su hija inválida y una viudez que
recrudeció la soledad. ¿Acaso no sería todo ello motivo para vivir rumiando la
tristeza?
Pues no. Ella, en ese
baile donde solo faltaron los volantines de un vestido de gala, se erigió ante
los ojos de los invitados como el emblema de la canción que se ha convertido en
el himno de tus nietas –las primas Gómez:
“Abre tus brazos fuertes a la vida
no dejes nada a la deriva
del cielo nada te caerá;
trata de ser feliz con lo que tienes
vive la vida intensamente
luchando lo conseguirás.
Y cuando llegue al fin tu despedida
seguro es que feliz sonreirás
por haber conseguido lo que amabas
por encontrar lo que buscabas
porque viviste hasta el final”.
Fue emocionante,
abuelita. Ver a tus hijos juntos, y abrazar a mis primos, primas y sobrinos;
pero lo que llenó mi corazón de valentía y esperanza fue ese momento ¡Cuando
bailó la reina de la fiesta!
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