“Erase una vez. . . dos pescadores
que acarreaban su pesca del día en dos cubetas. Uno, la llevaba tapada y, el
otro, abierta. Cuando se topan con un amigo, este detalle le llama la atención
y pregunta al que llevaba la cubeta tapada su razón para eso, a lo que el
hombre contesta: -Lo que pesqué son cangrejos judíos –dijo, como quien sabe de
lo que habla– y si dejo la tapa abierta, escaparán antes de que llegue a casa.
Van formando una escalera, poniéndose uno sobre otro para ir escalando hasta
que todos han escapado.
-¿Y tú, cómo es que no tienes
que taparla? –preguntó, el hombre, al
segundo pescador. ¡Ah!-dijo, el pescador– Es que yo
pesqué cangrejos mexicanos y, ellos, cuando uno comienza a subir por la cubeta,
el resto empieza a estorbarlo y detenerlo. Así que, nunca logran salir.”
Cuando, por primera vez, escuché esta fábula, muy pronto se me pasó la
risa y una incomodidad, nacida del sentimiento de pertenencia e identidad, me
invadió. Y, desde entonces, cuando sé de riñas, contiendas y agresiones entre
mis compatriotas, el cuento me viene a la mente y me inunda una gran tristeza.
¿Qué nos impide aprender a unir esfuerzos para el logro de una meta común? ¿Son
las diferencias y los rencores?
Entonces, recuerdo otra historia, igual de absurda que la anterior y
que es un clásico de la literatura: “Romeo y Julieta”. Los protagonistas,
dejados en segundo término, sólo representan el ideal que se persigue en el futuro y, las
familias, la condición humana, dispuesta a llevar el pasado a cuestas y
mantener vivo el rencor, atizando sobre las heridas y diferencias para mantener
el fuego destructivo vivo hasta la última consecuencia: la muerte del futuro.
La remembranza me hace suspirar. Parada en medio de un fuego cruzado,
en una guerrilla que nació antes de que yo me enterara; una en la que ofensas,
calumnias y atropellos han ocurrido, y siento el jaloneo de los bandos por
convertirme en enemiga de alguien al que ni siquiera conozco y de quien jamás
he recibido ofensa alguna. Y entonces me pregunto, ¿tiene sentido continuar la
guerra? ¿Verán el alcance de sus rencores? ¿Llevarán esta rencilla hasta las
últimas consecuencias: la muerte o el nacimiento de algo parecido de un
proyecto maltrecho?
Suena una música de fondo y Beethoven acompaña mis anhelos con su
himno. La vocecita de mi nieta, en mi mente, canta con timbres de inocencia y
esperanza:
“El canto alegre del que espera un nuevo día
Ven, canta, sueña
cantando
Vive soñando el nuevo
sol
En que los hombres
volverán a ser hermanos”
Un destello de esperanza brilla en mi corazón, y refulge en cada
pequeño rayo con perdón, gracia, unificación y paz hasta que. . . ¡Recuerdo los
mensajes, los reclamos y los insultos!
Mi esperanza muere un segundo después. ¡Naturaleza humana!, pienso con
tristeza, siempre lista a la guerra, a la desunión y al reclamo.
Sí, lo más probable es que sigan adelante como cangrejos mexicanos e imitando la
absurda conducta de los Montesco contra los Capuleto hasta ver morir su futuro
o ver nacer el hijo de sus anhelos, débil y maltrecho, como símbolo fehaciente
de la incapacidad del hombre a vivir en paz y aprender a perdonar.
"Hoy, me propongo ser un mejor ser humano,
tan bueno como mi perro cree que soy".
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