viernes, 14 de junio de 2013

"Una de cangrejos y Capuletos"

“Erase una vez. . . dos pescadores que acarreaban su pesca del día en dos cubetas. Uno, la llevaba tapada y, el otro, abierta. Cuando se topan con un amigo, este detalle le llama la atención y pregunta al que llevaba la cubeta tapada su razón para eso, a lo que el hombre contesta: -Lo que pesqué son cangrejos judíos –dijo, como quien sabe de lo que habla– y si dejo la tapa abierta, escaparán antes de que llegue a casa. Van formando una escalera, poniéndose uno sobre otro para ir escalando hasta que todos han escapado.

-¿Y tú, cómo es que no tienes que taparla?  –preguntó, el hombre, al segundo pescador.  ¡Ah!-dijo, el pescador– Es que yo pesqué cangrejos mexicanos y, ellos, cuando uno comienza a subir por la cubeta, el resto empieza a estorbarlo y detenerlo. Así que, nunca logran salir.”
Cuando, por primera vez, escuché esta fábula, muy pronto se me pasó la risa y una incomodidad, nacida del sentimiento de pertenencia e identidad, me invadió. Y, desde entonces, cuando sé de riñas, contiendas y agresiones entre mis compatriotas, el cuento me viene a la mente y me inunda una gran tristeza. ¿Qué nos impide aprender a unir esfuerzos para el logro de una meta común? ¿Son las diferencias y los rencores?
Entonces, recuerdo otra historia, igual de absurda que la anterior y que es un clásico de la literatura: “Romeo y Julieta”. Los protagonistas, dejados en segundo término, sólo representan el ideal que se persigue en el futuro y, las familias, la condición humana, dispuesta a llevar el pasado a cuestas y mantener vivo el rencor, atizando sobre las heridas y diferencias para mantener el fuego destructivo vivo hasta la última consecuencia: la muerte del futuro.
La remembranza me hace suspirar. Parada en medio de un fuego cruzado, en una guerrilla que nació antes de que yo me enterara; una en la que ofensas, calumnias y atropellos han ocurrido, y siento el jaloneo de los bandos por convertirme en enemiga de alguien al que ni siquiera conozco y de quien jamás he recibido ofensa alguna. Y entonces me pregunto, ¿tiene sentido continuar la guerra? ¿Verán el alcance de sus rencores? ¿Llevarán esta rencilla hasta las últimas consecuencias: la muerte o el nacimiento de algo parecido de un proyecto maltrecho?
Suena una música de fondo y Beethoven acompaña mis anhelos con su himno. La vocecita de mi nieta, en mi mente, canta con timbres de inocencia y esperanza:
 “El canto alegre del que espera un nuevo día
Ven, canta, sueña cantando
Vive soñando el nuevo sol
En que los hombres volverán a ser hermanos”

Un destello de esperanza brilla en mi corazón, y refulge en cada pequeño rayo con perdón, gracia, unificación y paz hasta que. . . ¡Recuerdo los mensajes, los reclamos y los insultos!
Mi esperanza muere un segundo después. ¡Naturaleza humana!, pienso con tristeza, siempre lista a la guerra, a la desunión y al reclamo.

Sí, lo más probable es que sigan adelante como cangrejos mexicanos e imitando la absurda conducta de los Montesco contra los Capuleto hasta ver morir su futuro o ver nacer el hijo de sus anhelos, débil y maltrecho, como símbolo fehaciente de la incapacidad del hombre a vivir en paz y aprender a perdonar.

"Hoy, me propongo ser un mejor ser humano, 
tan bueno como mi perro cree que soy".

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