Dentro del mundo de la psicología, las emociones son asociadas con el
agua y, tras un diluvio en casa, confirmo que tiene mucho de razón pues, el efecto
del agua fuera de sus límites, es devastador.
Durante una lluvia torrencial, un tapón oculto en el drenaje
impidió la salida del agua por la vía apropiada y terminó formando una enorme
laguna en mi recámara y la sala de televisión. Cuatro horas de batallar para
contener al rebelde líquido y la asistencia profesional del plomero, lograron
restablecer un poco de orden en la zona de desastre.
En un primer diagnóstico, concluimos que el piso estaba arruinado y tiene como único remedio, el reemplazo total. Algunos muebles se reblandecieron
de las bases, las cortinas y rodapié requieren un lavado exhaustivo, y muchos
litros de desinfectante intentan erradicar la posible presencia de gérmenes y
desechos que no se ven a simple vista.
Además de lo evidente, también están los objetos almacenados bajo la cama y en el piso de los clósets; entre ellos un proyector y una cámara, que aún están bajo el rubro de “posible
daño permanente” y que siguen en observación con el tratamiento de “secado
ambiental”.
Metiendo primera en mis pensamientos, me repito que “sólo son cosas
materiales”. Pero, atrás de mis convicciones, me empiezan a perseguir los
“hubiera” con sus argumentos: “Si hubiera puesto las cámaras en alto, si
hubiera mandado desazolvar, si hubiera puesto una rejilla en las bajadas de la
tubería. . . si hubiera, si hubiera, si hubiera”. Pero, bien dicen que –el
“hubiera” es el tiempo perfecto del “ahora te aguantas–. Así que, todas
aquellas medidas preventivas y de mantenimiento, fuera de tiempo, no son más
que una queja por la consecuencia inesperada.
Entonces pienso en las relaciones de matrimonio y en esos tiempos en
que, en lugar de hacer mantenimiento y pequeñas reparaciones preventivas, les
llega el día del desastre, y las emociones no ventiladas ni canalizadas,
generan la inundación. Los daños entonces alcanzan una dimensión inesperada y, en algunos casos, también pierden el piso que los sostienes y sólo queda
como opción ser desechado.
Cuando llega la inundación, también, bajo la cama del vínculo matrimonial, aparecen asuntos viejos
y arrumbados que, al contacto con la crisis, huelen y contaminan el ambiente.
Las emociones, como el agua, sacan a flote las cosas más inesperadas: Basura y
polvo de recuerdos en los rincones, objetos perdidos –como la confianza y el respeto– y, con el
grave riesgo de un corto, se exponen cables eléctricos pelados por el tiempo –como la mala comunicación–.
El agua, al igual que las emociones, cuando se desborda y ataca por
sorpresa, puede resultar tan destructiva como la peor de las tormentas.
Por ahora, sigo en el recuento de los daños. Confieso que hay rincones
a los que no he querido acercarme por el temor de lo que encontraré estropeado
pero, esta inundación, me ha recordado algo de lo que no quiero huir: Es
tiempo de revisar los drenajes de comunicación con mi esposo, dar mantenimiento
preventivo para retirar estorbos viejos y hacer las reparaciones respectivas. . .
antes de que, a mí también, me sorprenda una inundación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario