Muchos pensamos en casas o empresas como parte de la herencia que
quisiéramos dejar a los hijos. También nos esmeramos para transmitirles nuestra
experiencia y buenos principios, como una herencia moral y espiritual, pero,
¿qué hacer con aquello que no está bajo nuestro control, nuestra herencia
genética?
Con un recuento sobre esa herencia nació la presentación durante
el primer encuentro personal que tuvimos, mi amigo Guillermo y yo.
–Antes de conocernos, colega,
tengo que confesarte algo. En tu mundo, el mundo de los sanos, yo soy un
discapacitado –me escribió, a manera de introducción.
No me atreví a preguntar a qué se refería y sólo agradecí, para mis adentros, la actitud
de cuidar la primera impresión, algo que, después comprendí, sería una fórmula
permanente en su trato conmigo y, más tarde descubrí, con toda la gente que lo
rodeaba. ¡Siempre cuidando al prójimo!
Finalmente nos conocimos y, entre bromas y anécdotas, me mostró la
huella de aquella herencia genética que lo acosaba con dolores permanentes y
una constante amenaza de dejarlo postrado.
¡Buen intento, genética canija!, muchas veces pensé pues, a todo dolor
o presión por inhabilitarlo, mi amigo Guillermo respondía con más risas, optimismo
y largas caminatas al amanecer.
Sí, la adversidad genética quería detenerlo pero nunca pudo. Con buen
humor e ingenio, mi amigo sorteaba los contratiempos que la enfermedad quería
imponerle y, más de una vez, me mostró nuevos trucos o raros accesorios que
conseguía para manipular cosas pequeñas, abrir frascos y resolver movimientos
que no lograba hacer. “Más vale maña que fuerza”, decía.
Alentada por su actitud natural y abierta, un día me atreví a
preguntarle cómo hacía para escribir en el teclado y el teléfono celular, y
cómo lograba hacer los ajustes en la cámara de fotografía. Entre risas,
respondió –cuando ya no pueda hacerlo con los dedos que aún funcionan, lo haré
con la punta de la nariz, colega que, para mí fortuna, es puntiaguda.
¡Vaya ejemplo! Hizo tal impacto en mí que, cuando pensaba en quejarme
por algún malestar, recordaba a mi nuevo amigo y me animaba encontrando lo que
sí podía hacer para disfrutar de la vida, aún en medio de la enfermedad.
Guillermo no sólo continuó picando teclados y pantallas, y ajustando
cámaras hasta el último de sus días; también, a paso lento, y en días doloroso,
fue mi permanente ejemplo de optimismo, perseverancia y amor a la vida. Ese
hombre, al que tuve el honor de llamar amigo, anduvo por la vida sosteniendo,
como único bastón, la voluntad de exprimir la vida a plenitud.
Tras de sí, dejó una estela de sonrisas en quienes leíamos “juar, juar”
en la pantalla y disfrutábamos de las imágenes que, con la cámara vaga, le
robaba al amanecer. . . ¡Y qué fotos aquellas! Pero de las fotos, también
surgió una historia. . .
P.D. Hoy es viernes, amigo mío y, con el corazón acongojado confieso que ¡extraño tus mensajes, tus palabras de ánimo y hasta tu RT!
No hay comentarios:
Publicar un comentario