Si tuviera que dar alguna mención especial, en este último año de mi
vida, sin dudarlo un minuto, la otorgaría a mi corazón. Pues ha sido éste el
gran héroe de mi experiencia de vida, el que ha resistido, el que me ha
entregado respuestas en momentos clave, el que ha debido aprender a fuerza de
dolor y el que, incluso en su función física, se ha tenido que sobreponer al
cansancio de latir.
Los que saben de anatomía, tratarán de recordarme cómo el
corazón, con sus dos aurículas y sus dos ventrículos, lleva a cabo el bombeo de
hacer circular la sangre y así cumplir su función de llevar, a todas las
células del cuerpo, oxígeno y nutrición. Y sin negar su función elemental, yo
estoy segura que, en alguno de esos compartimentos, el corazón reserva espacio
para almacenar los sentimientos y sabiduría para responder a lo que en la vida
importa.
El mío, este año, experimento una enorme dosis de rechazo y, al ir
guardando ese sentimiento tan maligno, se fue quedando paralizado en su
incapacidad de responder. La tristeza, como sarro en tubería, le fue impidiendo
dejar correr libremente las emociones y, un buen día, engarrotado por el dolor
de ir sintiendo el mazo del repudio, casi desfalleció y quedó sin vida.
Pero mi corazón fue fiel y, antes de renunciar a su labor de
mantenerme con vida, con valor envió una alerta de ayuda, lo que algunos
llamarían “corazonada”, anunciando que había llegado al límite de sus fuerzas.
El dolor permanente a mitad del pecho me hizo reaccionar y, junto con su andar
a trompicones, me convenció de que entrábamos a un momento de peligro
y con el riesgo de alcanzar un punto sin retorno.
Con desasosiego y alarma llegamos, mi corazón y yo, hasta los médicos y,
haciendo equipo con mi mente para desazolvar los residuos que las penas habían
dejado en sus arterias, nos dejamos atender con cuidados intensivos. Fueron
semanas de tensión hasta que los estudios confirmaron que el peligro había pasado
y que, gracias a Dios, no quedó en él daño permanente.
Pasada la emergencia y los tiempos de cuidados para mantenerlo con vida, he
puesto un gran empeño en devolverle la salud. Con meticulosa conciencia, he
repasado cada uno de sus espacios para limpiarlo de resentimientos; untándolo
de esperanza, he suavizado las zonas endurecidas por las cicatrices de las
heridas, recientes y pasadas; en el día a día, juntos hacemos un
entrenamiento de amor para perdonar y echar fuera los residuos que puedan volver a
enfermarlo.
Mi corazón “casi” ha sido dado de alta. Poco a poco, está recuperando su capacidad de amar,
fluyendo con la misma naturalidad con que impulsa la sangre por mi cuerpo, sin
esperar que vuelva a él gratitud o cariño.
Aunque mi viejo corazón casi pierde la batalla, con heroica tenacidad
se ha levantado de entre las cenizas y, un poquito más sabio que antes de la
guerra, espera la oportunidad de latir emocionado a las experiencias que nos
traerá el futuro.
¡Sobreviviste, corazón mío! Y con entusiasmo te digo que, después de
lo que has hecho, te viviré agradecida por alargar mis días.
En siete días, encenderé las velas y si tú, mi corazón, lates conmigo.
. .juntos las seguiremos contando.
“Y, por sobre todas
las cosas, guarda tu corazón pues de él mana la vida”.
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