sábado, 13 de abril de 2013

"Siete y contando: Mi corazón"


Si tuviera que dar alguna mención especial, en este último año de mi vida, sin dudarlo un minuto, la otorgaría a mi corazón. Pues ha sido éste el gran héroe de mi experiencia de vida, el que ha resistido, el que me ha entregado respuestas en momentos clave, el que ha debido aprender a fuerza de dolor y el que, incluso en su función física, se ha tenido que sobreponer al cansancio de latir.
Los que saben de anatomía, tratarán de recordarme cómo el corazón, con sus dos aurículas y sus dos ventrículos, lleva a cabo el bombeo de hacer circular la sangre y así cumplir su función de llevar, a todas las células del cuerpo, oxígeno y nutrición. Y sin negar su función elemental, yo estoy segura que, en alguno de esos compartimentos, el corazón reserva espacio para almacenar los sentimientos y sabiduría para responder a lo que en la vida importa.
El mío, este año, experimento una enorme dosis de rechazo y, al ir guardando ese sentimiento tan maligno, se fue quedando paralizado en su incapacidad de responder. La tristeza, como sarro en tubería, le fue impidiendo dejar correr libremente las emociones y, un buen día, engarrotado por el dolor de ir sintiendo el mazo del repudio, casi desfalleció y quedó sin vida.
Pero mi corazón fue fiel y, antes de renunciar a su labor de mantenerme con vida, con valor envió una alerta de ayuda, lo que algunos llamarían “corazonada”, anunciando que había llegado al límite de sus fuerzas. El dolor permanente a mitad del pecho me hizo reaccionar y, junto con su andar a trompicones, me convenció de que entrábamos a un momento de peligro y con el riesgo de alcanzar un punto sin retorno.

Con desasosiego y alarma llegamos, mi corazón y yo, hasta los médicos y, haciendo equipo con mi mente para desazolvar los residuos que las penas habían dejado en sus arterias, nos dejamos atender con cuidados intensivos. Fueron semanas de tensión hasta que los estudios confirmaron que el peligro había pasado y que, gracias a Dios, no quedó en él daño permanente.
Pasada la emergencia y los tiempos de cuidados para mantenerlo con vida, he puesto un gran empeño en devolverle la salud. Con meticulosa conciencia, he repasado cada uno de sus espacios para limpiarlo de resentimientos; untándolo de esperanza, he suavizado las zonas endurecidas por las cicatrices de las heridas, recientes y pasadas; en el día a día, juntos hacemos un entrenamiento de amor para perdonar y echar fuera los residuos que puedan volver a enfermarlo.
Mi corazón “casi” ha sido dado de alta.  Poco a poco, está recuperando  su capacidad de amar, fluyendo con la misma naturalidad con que impulsa la sangre por mi cuerpo, sin esperar que vuelva a él gratitud o cariño.
Aunque mi viejo corazón casi pierde la batalla, con heroica tenacidad se ha levantado de entre las cenizas y, un poquito más sabio que antes de la guerra, espera la oportunidad de latir emocionado a las experiencias que nos traerá el futuro.
¡Sobreviviste, corazón mío! Y con entusiasmo te digo que, después de lo que has hecho, te viviré agradecida por alargar mis días.
En siete días, encenderé las velas y si tú, mi corazón, lates conmigo. . .juntos las seguiremos contando.

“Y, por sobre todas las cosas, guarda tu corazón pues de él mana la vida”.

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