Dice la Biblia que “todo comienza en la mente” y, después de todo lo
que experimenté este año, sólo puedo agregar que es ahí donde, también, “todo
termina”.
Mi mente, entenebrecida por las tristezas, se fue convirtiendo en una
buhardilla estrecha y de paredes húmedas. Atrapada en la oscuridad de los temores,
mis viejos fantasmas cobraron vida: La niña que guardó en secreta culpa el
abuso sexual, la joven madre abandonada, la mujer traicionada y al borde de
escapar a la vida. Todas y cada una de ellas, por las noches, me visitaban.
¿Qué aliento maligno las había revivido a mi presente?
Aunque tardé en descubrirlo, una tarde de oración, el Señor lo reveló:
¡Había perdido la visión!
Sintiendo el acecho del futuro, con sus posibilidades de enfermedad,
pérdidas e incertidumbre, mi mirada fue quedando clavada en el piso del
presente bajo mis pies y, al no encontrar salidas o soluciones, mi mente
comenzó a rebotar hacia la fatalidad pasada. ¿Y dónde está Dios en todo esto,
me preguntaba?
-Porque yo sé los planes que
tengo para ti –me susurraba –planes
de bienestar y no de calamidad. Pero era su voz tan queda, que los gemidos
de mi mente la distorsionaban, dejándola extraviada y muda.
Hasta que ese día de silencio, cuando mi mente se rindió al cansancio
de buscar respuestas que acallaran mis terrores, pude escucharlo y, levantando
la vista, vi lo que Dios quería mostrarme: La visión de un futuro guiado y
planeado por Él.
Al igual que se cuela una sutil brisa por debajo de la puerta, poco a
poco, mi mente se fue llenando de promesas de esperanza, rostros de futuros
sonrientes de oportunidades, y de voces, tiernas voces de niños, ¡eterno canto
de buenos presagios!
Mi fe abrió el paso para que yo recobrara mi visión y, mi mente,
comenzó el regreso creyendo que, mi futuro, me hablaba de nuevas oportunidades.
En lento éxodo, mis pensamientos fueron liberados de la esclavitud de mi
prisión e iniciaron su andar hacia mi tierra prometida: La visión de Dios para
mi propia vida.
Para quienes no han escuchado la callada voz de Dios, seguramente, mi confesión les parecerá
un buen cuento. Aun así, sé que eso ocurrió en mi mente cuando enfermé de
depresión y, a nueve días del final. . . yo seguiré contando.
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