Esta mañana, poco después de levantarme, no pude distinguir si fue la
lluvia quien nubló mi vista o mis ojos que, en súbito chubasco, comenzaron a
llorar.
“Nuestra escritora favorita @NuriaGArnaiz
nos presenta: . . .”, leí y sonreí. Un segundo después, mi sonrisa se
desvaneció cuando mi cerebro empató con la realidad. Esa nota, que antaño
anunciaba la fidelidad de mi amigo y lector del blog, no podía haber sido escrita
por él porque, recordé, ya no está con nosotros.
Cuando el llanto amainó y la lluvia afuera tomó su lugar, terminé de
leer el título de la entrada del blog mencionada en el mensaje: “Despedidas”.
¿Acaso era todo aquello una broma difícil de digerir o una simple coincidencia?
Creo que lo más difícil de las visitas inesperadas de la muerte, es
que no nos dan oportunidad de despedirnos; mientras que en una enfermedad
terminal, la persona dispone del tiempo para dejar sus asuntos en orden y decir
adiós, pedir perdón y buscar los encuentros postergados. Pero, ante una
muerte súbita, la persona se ve sorprendida y sin la posibilidad de organizar
su propio final.
El golpear de las gotas en la ventana me imprimieron la urgencia de
pensar: ¿Qué dejaría yo atrás si, en este mismo momento, se detuviera mi respirar
para siempre?
Mirando entre lágrimas, y las gotas de llanto del cielo resbalando en el
cristal, respondí con la experiencia que Guillermo me dejó con su muerte: LOS RECUERDOS.
Seguramente nadie se detendría en la charola de papeles pendientes de archivar
ni en los libros que pudiera yo heredar. Pero, sin duda, volverían la mente al
pasado compartido y revivirían los tiempos vividos junto a mí.
Algunos me recordarían risueña y alegre; para otros mi memoria les
hablaría de las prisas y días agitados por las actividades. Pudiera ser que algunos
guardasen los tiempos de lucha compartida sobre las dificultades y. . . ¿qué
más? ¿Qué recordarías tú de mí, lector, que me conoces?
Extraño a mi amigo Guillermo. Quisiera poder seguir escuchando sus
palabras de aliento cuando me siento cansada. Añoro la sensación de protección
que sus ofrecimientos de ayuda me daban. Me dan ganas de leer sus bromas, en
días como hoy, que la lluvia se ha colado en mi ánimo. Cuánto disfrutaría al volver
a encontrar esas fotos de amaneceres, gente abstraída en su propio mundo o el
detalle ignorado de un edificio histórico.
Pero ya no tendré nada de eso. Sólo me queda su herencia, compuesta de
palabras amables y expresiones graciosas; visitas improvisadas y charlas con
historias familiares, recuerdos y chistes nuevos. Me quedo con buenos momentos que forjamos, sus silencios plenos de compasión ante mis penas y una lista interminable de “cosas
por hacer” para llenar un futuro que ya no le alcanzó.
Espero que, al igual que yo, su esposa, sus hijos y sus amigos, tengan
un pequeño tesoro resguardado; una herencia de lo bueno que vivieron con él
pues, al final del día, será el único lugar al que podremos ir para rescatar un
poco de su presencia. . . cuando nos gane la añoranza.
Hoy volví a llorar tu ausencia, querido amigo y la lluvia lloró
conmigo.
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