Un carril que serpentea entre cordones, el chirriar de un arco
electrónico de seguridad y el ascenso pausado de una escalinata eléctrica que
lleva a un joven, con camisa a rayas y sonrisa un poco melancólica, son el inicio
de un sueño y el comienzo de una larga pausa de lo que yo llamo “mi vida normal”.
Casi dos años atrás, con un poco de incredulidad mezclada de
entusiasmo, mi hijo sembró en su futuro un viaje de estudios y, hoy, cumplido
el plazo de trabajo y espera, me dijo un “hasta pronto” silencioso y de ojos
húmedos.
Al ver desaparecer el estuche del bajo que colgaba de su espalda, mi
corazón lloró por el dolor que, como con el corte del filo de una hoja, sintió al
mirar el futuro herido por su ausencia. Cerré los ojos y, así, apretados, deseé
estar en casa como un día cualquiera y con mi hijo conmigo.
Pero, como todo gran sueño, hay sacrificios y entregas para lograr
forjarlos. Y a mí, esta vez, me corresponde regarlo con libertad para que
florezca y se convierta en triunfante realidad.
No han pasado tres horas y ya lo extraño. . .
Aquel avión se llevó, no sólo a
mi querido hijo. También van sobre sus alas: Sus pisadas apuradas al bajar por la escalera, cuando aún no ha amanecido;mis tardes palpitando al ritmo del
pulsar de los dedos de mi hijo sobre las teclas, al tejer sus historias y
fantasías; mis prisas por terminar su guiso favorito; nuestras escapadas al
cine, cualquier tarde y a mitad de la semana; sus atinadas sugerencias para
leer un buen libro o su hallazgo de una frase para invitarme a la reflexión; sus abrazos cariñosos y el juguetear de sus dedos entre mi cabello enmarañado.
El viaje ha comenzado y la maleta de ese joven tan amado, además de resguardar sus anhelos,
lleva dentro la constante oración de su madre junto con infinidad de
bendiciones.
¡Felices aventuras, hijo mío! Deseo que cada experiencia te siga modelando y
que, mientras no estemos juntos, cada amanecer y cada noche, escuches la voz de
nuestro Dios recordándote que te amamos, Él, tu padre y yo.
Dios bendiga tu entrada y tu salida, mi Tayo.
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