Los reportes de las instituciones de salud, constantemente, señalan la
lista de las enfermedades que se presentan cada vez con más frecuencia y que se
convierten en amenazas reales contra la humanidad. El VIH-Sida, el cáncer, la
diabetes y otros tantos padecimientos degenerativos que, hace algunas décadas,
eran eventos tan poco frecuentes que se tomaban como casos excepcionales.
Los científicos, que inicialmente las clasificaron como de “nuevas enfermedades”,
después encuentran que han estado presentes en nuestra sociedad por mucho
tiempo y que sólo eran mal diagnosticadas.
Pero una enfermedad hay que sabemos ha causado más destrucción que
todas las que han aquejado al cuerpo del ser humano: La mentira. Ese cáncer
social, lamentablemente, sigue cobrando la muerte de muchas relaciones
familiares y sociales, desde un matrimonio hasta sociedades comerciales y naciones.
En ocasiones, bajo el argumento de “el fin justifica los medios”, hay
quien lo tiene como una herramienta para alcanzar sus metas sin reparar en que,
a la larga, habrá un precio a pagar por fincar algo, que puede hasta ser bueno
y digno, sobre un engaño.
Vivo convencida de que, tarde o temprano, la ley que Dios marcó se
cumple y que nada queda oculto bajo el sol. Es entonces que, el fruto de la
empresa sustentada en la mentira, nace injertada con el cáncer que al paso del
tiempo la llevará a la muerte.
Al igual que el cáncer, la más de las veces, el daño de la mentira
crece silenciosamente. Eventualmente muestra algunos síntomas pero, el autor
del embuste, invertirá sus energías en negarlos o cubrirlos sin darse cuenta de
que, al final del día, no sólo su conciencia se va cubriendo de una costra que trabajará
en su contra sino que también el resultado obrará en su propia destrucción.
Triste es que nuestra sociedad sólo invierta en remediar los males del
cuerpo mientras que, forjar el carácter y los valores de los seres humanos, va quedando en el olvido y sin atención.
¿Moralista o realista? Cada lector tendrá la conclusión sobre su propia
reflexión, para mí, este escrito, más que una denuncia, es un réquiem por la verdad.
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