Despierto y algo me burbujea en el alma. ¿Será que aún me brincotea el corazón, al recordar al pequeño Matt en mis brazos? Sonrío y continúo mí mañana
de deberes.
Preparo la comida para los siguientes tres días; ordeno los
papeles pendientes y me dispongo a mudar mi agenda del 2012 a la del 2013.
Repaso las últimas páginas de la agenda caduca y. . . algo llama mi atención.
Como es natural, muchas de las últimas hojas de la agenda lucen
despejadas. Algunos pagos pendientes aparecen anotados, una que otra tarea y,
los pocos renglones escritos, me recuerdan las reuniones con amigas y familia,
de sangre y en la fe. Bajo la carpetita
y me dejo arrastrar por los recuerdos, paladeando las memorias de las últimas
semanas de mis vacaciones, apenas concluidas.
Entre desayunos, cenas y reuniones, disfruté de la compañía de mis
mejores amigas, incluso aquellas que viven en el extranjero; cada persona
importante en mi vida tuvo un espacio de convivencia; como en intenso maratón,
pasé días enteros en compañía de mi esposo y mi hijo, y no faltaron las comidas
con mi familia completa, precedidas por mi esposo, y mis hijos y nietos
rodeando la mesa. El fin de año, en bulliciosa fiesta, gocé de mis padres,
hermanos, cuñados y sobrinos, juntos.
Una campanita resuena en mi mente, urgiéndome para encontrar la razón
de mi felicidad matutina, y es el recuerdo de mi última visita la que me da la
clave.
Viene a mi memoria la tarde de ayer: Café en una acogedora sala de
estar, comida casera en la barra de la cocina y. . . ¡la amable compañía de mis
primas, mis recién estrenados primos y mi tía!
¡Eso es! Durante once meses, los renglones de mi agenda quedaron
saturados de “cosas” que hacer, asuntos por resolver y, por semanas completas,
no fueron incluidos en mi vida diaria otros seres humanos. ¡Cosas, cosas y más cosas! ¿Y la parte de compañía humana? Relegada o cancelada. Sin querer, ¡deshumanicé mi vida!
Con esa pujante idea de que debo cumplir con los deberes, a costa de
lo que sea, mi vida se fue deshumanizando, sin darme cuenta. A pesar de la
satisfacción de ver mis pendientes palomeados, dentro de mí se fue generando un
vacío provocado por la ausencia de los que amo.
Sé que no puedo vivir en una eterna vacación pero, algo tengo claro:
Si continuar siendo la “mujer eficiente”, implica seguir perdiéndome de
los míos, hoy resuelvo que, el puesto de “la más productiva del planeta”,
quedará vacante.
¡Voy de vuelta a la humanidad!
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