Al tercer intento, por fin, logramos llegar a conocer a mi pequeño
sobrino Mateo.
Tenerlo ante mis ojos, revivió aquella emoción que nubló mis pupilas
cuando conocí la historia de su vida y como Dios, escondiéndolo en su puño, lo
conservó en el vientre de su mami. ¡Un milagro maravilloso!
Pero no fue sólo ver su rostro sereno y amable, con la belleza de
un niñito de ojitos como pinceleados en sonrisas, lo que llenó mí tarde con el
recuerdo de nuestro primer encuentro; también lo fue, descubrir el fraguar
temprano de muchos milagros a su alrededor, lo que me hizo comprender que,
desde sus primeros días, Mateo está cumpliendo su misión de vida: Transformar a
quienes compartan su camino.
Esta tarde, escuché la historia de un abuelo que, a pesar de las
dolencias, está listo para el juego con su nieto; de una abuela que está reconociendo,
en este pequeñito, la oportunidad de abrazar más, besar más y estar más, y así
resarcir su propia historia; de unos padrinos que vuelan junto a él con
ilusiones y muestras de amor en mil detalles. ¡El corazón me rebosa de alegría
al ver la inyección de vida que trajo a su familia!
Y me bastaron sólo unos minutos de conversar con sus papis, para
comprender la razón del milagro de su llegada.
Aquella pareja que conocí, antes del nacimiento de su hijo, ya no es
la misma. Ellos, ahora, laten con un mismo ritmo en el pecho de ese bebé; cada
uno, con entrega, ha iniciado el ministerio que los enseñará a “morir a sí
mismos”, para anteponer el bienestar de Matt; sus pensamientos de superación
profesional han sido removidos a un segundo lugar y ha nacido en ellos un deseo:
Convertirse en maestros sabios para guiar a su amado hijo en la vida y en el
camino de la fe.
Cuando ocurre un milagro, he descubierto, nunca llega solo. Parece ser
siempre el primero de una cadena de bendiciones para otros. Y éste, es el caso
de mi sobrino Mateo.
Sé que sus padres, cuando lo toman en sus brazos y lo besan; cuando le
dan gracias a Dios, por enésima vez, por su existencia; y cuando tratan de
armar un futuro, que incluya la respuesta y razón para su milagroso nacimiento,
se preguntan, ¿qué nos toca hacer para que él cumpla su destino? Y yo me
atrevería a decir que, el cometido de su hijo, ya se está cumpliendo: Al
hacerlos desear ser mejores personas y al transformar sus corazones e
invitarlos, cada noche, a mirar con gratitud a Dios.
¡Que bella misión has iniciado, mi querido Mateo! ¡Que Dios te siga bendiciendo!
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