Después de tres semanas, hoy tendí la cama a conciencia. La funda del
cubrecama, tras días de prisas, lucía retorcida. Por la habitación, aquí y
allá, descubrí pequeños objetos que añoraban su lugar original. En las dos
horas que Momo (el mejor esposo-padre-abuelo-yerno-hijo que conozco) salió con
nuestros nietos, emprendí una jornada de limpieza a detalle.
Para cuando llegué a mi tocador, una sonrisa me asaltó el rostro.
¿Cómo habían hecho tantas cositas para llegar ahí? La respuesta fue simple:
¡Trabajo en equipo! Los peques aportaron lo suyo y yo. . . tomé decisiones.
Sí, en lugar de tender la ropa de cama, decidí arropar de besos y
oraciones a mis nietos cada mañana al partir al cole; en vez de correr al
momento de desayunar, decidí alternar con juegos y tomarnos mucho tiempo para
disfrutar cada bocado; las tardes de tareas, actividades y pendientes, formaron
parte de una rutina (que no dejé que se instalara por más de un día) y, dejando
atrás los tiempos de arreglar a detalle, decidí que todos la pasáramos
contentos y relajados.
Hoy es el último día de la tercera semana de visita en casa de “Gramma”
y “Momo”. El ambiente comienza a tornarse algo melancólico al pensar en la
despedida. Sé que añoraré los pequeños desórdenes, los juegos, las risas, el
baño y sus juegos, las tareas, las oraciones antes de dormir, nuestras
lecturas, las historias bíblicas, los videos y conversaciones sobre Dios y
Jesús, y. . . ¡Siento ganas de llorar y aún no parten!
Mientras más pasa el tiempo de ser abuela, me doy cuenta de que Dios
nos ha hecho como “padres” con una visión más sabia de lo que es importante y nos
regala, sólo por Gracia, una segunda oportunidad de amar mejor.
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