Durante este año, viendo y viviendo, aprendí que. . .
Los amores pagados con favores o dádivas son sólo una copia mala del
verdadero amor.
Aunque una mentira me afectó, el veneno de la ponzoña se quedó en el
alma del autor de la mentira.
Que no hay un buen final cuando se finca en el dolor de otros o el
engaño.
Que nadie puede huir de sus errores y que lo perseguirán hasta el
último de sus días.
Que lo que se quiere arrebatar a la vida, por las prisas de vivir en
el placer no ganado y la renuencia a esperar, no se vive con deleite y, tarde o
temprano, se pierde.
Que las heridas más profundas pueden ser infringidas por quienes más
amamos.
Que las batallas que perdí encontraron su derrota porque no comprendí
a tiempo que no eran guerras que me correspondieran librar.
Que uno puede desear con vehemencia que otros sean buenos y hagan lo
correcto, por su propio bien, pero sólo a ellos les corresponde decidir serlo y
hacerlo.
Que quienes más atacan la fe que vive en mí, son los que más
necesitados están de ella.
Que la prisa de los otros y sus motivos, no tienen por qué alterar el
ritmo de mi vida.
Que la tristeza no tiene que ser siempre acompañada por la
desesperanza.
Que, aunque los otros no entiendan mis motivos, siguen siendo válidos.
Que no debo confiar en quien es capaz de olvidar sus promesas en aras
de sus propias justificaciones y, aun así, puedo seguir amándolos.
Que el temor al final de una relación, a veces, acelera su agonía.
Que quien flota por la vida en sus propios méritos, sus esfuerzos y
sus capacidades, difícilmente reconocerá y entenderá lo que por Gracia recibe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario