En mitad de la noche, el insomnio, entre ensoñaciones y penumbra, me
trajo un cúmulo de ideas y pensamientos.
A mi mente, llegaron imágenes de parajes con mantos de arenas blancas,
colindando con las aguas azules, que sólo el Egeo atesora, como fondo de un
amor recién estrenado. Él y ella, aún con el resonar de las bendiciones en sus
mentes, comenzando a vivir el sueño del futuro en comunión. Mi hijo, ya un
hombre, ha seguido la instrucción del Señor: “Y dejará el varón a su padre y a
su madre. . .”
Soñé con caritas risueñas enmarcadas de rizos castaños, manitas suaves
revoloteando entre mis cabellos y voces llamándome, ¡Gramma! Su padre,
acunándolos para llevarlos a mis brazos, respira un amor calmo e infinito. Su
hogar, tantas veces anhelado, vive posado sobre la única certeza de paz en la
tierra: Dios.
Mi corazón somnoliento despertó con las risas de mis amados al jugar.
Abuelo, hijo y nietos en un mismo tono de carcajadas retozando, y la
música de la felicidad resuena por toda mi casa.
Abro los ojos, recuerdo y releo la invitación que mi hijo ha extendido
sobre nuestro futuro: “Los quiero conmigo cuando vuelva de mi luna de miel en
Grecia; quiero que mi papá juegue con mis hijos y que tú les cuentes sobre el
amor a Jesús para que sepan que siempre estará con ellos”.
No, eso no fue un sueño sino la realidad más hermosa que un hijo puede
regalar a su madre, y yo, soy esa afortunada madre.
Hoy, al despertar, sueño despierta a lo largo de la mañana y deseos de
vivir me crecen en el alma como espuma. ¡Sí!, quiero ser eternamente joven para
jugar con los hijos de mi hijo, mis desde ahora anhelados nietos; quiero
grabarme cada paisaje de las islas griegas y recrear la felicidad que espera a
esa pareja maravillosa; y quiero sentir como florece en mí espíritu, día a día,
el amor al Dios que tendré el privilegio de presentar a mis nietos.
Mi vida tiene un sueño, tan real, que me hace soñar despierta.
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