Hay quienes
aseguran que –para cuando hemos vivido más de medio siglo–, ya tenemos una idea
clara y precisa de hacia donde queremos ir en la vida. Pero, sin afán de
polemizar o contradecir, me atrevo a decir que no es así. Si acaso, cuando
hemos adquirido algo de madurez y experiencia, lo que hemos aprendido es a
sortear los eventos que nos salen al paso, con herramientas más acertadas y
hemos desarrollado un grado mayor de resiliencia.
Si realmente
pudiéramos imponer nuestra voluntad sobre todo aquello que sale de nuestro
control, entonces sí que podríamos asegurar que al final del camino
terminaríamos justo en la meta marcada. Pero, ¡nada más falso que el control! ¿Será
que esa falsa idea puede ser la que origina tanta infelicidad en la vida?
A estas alturas
del camino, mi vida me sugiere más la idea de ser un cometa que –a ratos– parece
tener una órbita definida y que avanza sobre una rutina predescible. Pero –las
más de las veces– siento que mi ruta cambia de dirección cuando –como enormes
planetas jupiterianos– las circunstancias me atraen obligándome a cohabitar un
tiempo junto a ellas. Es tan grande su influencia que hasta parece que amenazan
con absorbernos y dejarnos atrapados en ellas. Es ahí donde pienso que sólo podemos
sobrevivir a esa cohabitación si somos capaces de mantenernos a suficiente
distancia, resistimos, y logramos salir de la órbita de la circunstancia en el
momento necesario para continuar el viaje.
Pero, ¿hacia
donde nos dirigimos cuando hemos pasado de una órbita a otra? ¿Realmente
podemos redireccionar nuestra vida con la facilidad con la que aseguran muchos?
¿Cuánto nos ha cambiado el cohabitar al paso con situaciones difíciles o con
gente que gana influencia sobre nosotros? ¿Realmente somos capaces de retomar
la ruta y el ritmo cuando las energías han mermado por el esfuerzo de
sobrevivir al reto de no ser absorbido por las circunstancias?
Creo que –aún
en los cincuentas– tenemos que vivir todavía un sinfín de replanteamientos y
reinventarnos nuevos mapas de viaje. Y si alguien aún guarda la fantasía de que
puede controlar su futuro y que puede conservar su destino final intacto, tal
vez esté en lo cierto: porque seguro. . . todos vamos a morir.
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