Siguiendo una
recomendación que alguna vez leí, cada año cumplo con pequeños retos que
enriquecen, no sólo mi vida, sino el arsenal de recuerdos para mi vejez. Así
pues, cada año: visito un lugar desconocido, leo al menos 12 libros, conozco y
entablo amistad con una persona y. . . aprendo algo nuevo.
Este año,
aprendí la técnica básica para remosar muebles y objetos al estilo “Vintage”. Sin entrar en etimologías y
definiciones sobre la diferencia entre este estilo y el “retro”, mencionaré que
dichos objetos –para considerarse Vintage–
deben tener al menos 20 años y aún no se consideran antigüedades. Y, como los
buenos vinos, se piensa de ellos como algo exquisitamente mejorado por el
tiempo.
Dicha técnica se
utiliza para reciclar o rescatar muebles, por ejemplo, y consiste en ir
aplicando deferentes capas de pintura, esmaltes y ceras que imprimen la idea
del paso de los años. Las capas superpuestas representan las épocas y, para
hacerlas manifiestas a la superficie, se lijan pequeñas áreas y hasta se
simulan depostilladas que terminan de dar el toque de “personalidad” al objeto.
Para quienes me
conocen –y saben que el perfeccionismo es el pié del que cojeo– imaginarán que
fue todo un reto para mí carecer de patrones o estándares para lograr un
técnica impecable. Más soprendente para mí fue escuchar de mi maestra cuando –notando
mi temor de excederme en el pulido–, sin empacho me aclaró: Esta es una técnica
“sin errores”.
Me tomó varios
minutos de reflexión silenciosa entender la esencia de lo que ella aseveraba.
Hacer algo, sin importar si se hace con perfección o con descuido, y tener al
final un producto final “perfecto”, rebasaba mi entendimiento.
Sólo hasta que
explicó que el valor de la técnica radicaba en la originalidad y el natural paso del tiempo, fue que me aventuré a jugar con las ceras y el pulido con más
soltura. Al fin y al cabo, pensé, como salga, ¡estará perfecto! Fue entonces que
pude relajarme y disfrutar de mi creación.
Mientras lijaba
con soltura y untaba generosamente las ceras para dar el acabado final, fue
irremediable pensar que –de aplicar la filosofía de la técnica Vintage– nuestra vida podría ser más
placentera y relajada si tan sólo recordáramos que somos creaciones únicas; que hasta
las despostilladas que nos hacemos al tropezar nos forjan una personalidad; que
el transcurrir del tiempo nos cubre de capas que añaden hermosura a nuestra historia y
–más importante aún– que este ensayo de vivir, a fin de cuentas, es una técnica
sin errores y que será perfecta. . . porque ha sido vivida.
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