lunes, 21 de diciembre de 2015

"EL ERROR" (de mi padre)

Un sol frío ilumina las calles empedradas de Toledo y mientras camino frente a las vitrinas que devuelven mi reflejo, aderezado de las más caprichosas formas, llego a uno que –tomándome por sorpresa–desata lágrimas que se desbordan de mis ojos.

Aquellas espadas, haciendo ramillete con cuchillos, relojes antiguos y armaduras, me obligan a pensarlo: ¡Cómo le gustaba a mi papi todo aquello! En cada viaje, él agregaba un reloj a su colección y, en un viaje, sin importar los inconvenientes del transporte, se hizo de unas espadas que a la fecha cuelgan de sus muros. 


Trato de huir de la tristeza y me doy cuenta que esa lucha ha sido interminable. Los meses pasan y su ausencia no deja de atenacearme el alma. Entonces descubro que –mi pá– cometió un error que aún me persigue.

Ante el final inminente –con serenidad y convencimiento–, mi padre nos reiteró sus instrucciones: Sin velaciones ni anuncio públicos, y creman mi cuerpo de inmediato.

Así que, obedientes, seguimos su voluntad y sólo una misa entre los más cercanos cerró el momento del adiós, sin mucha bulla, sin muchas lágrimas y aceptando calmos los abrazos de quienes viajaron para acompañarnos en el adiós.

Cuanto más tiempo pasa, me convenzo que –el velorio–, ese espacio de lamentos y de palabras que hablaran de su vida, no era para él sino para quienes tuvimos que dejarlo ir. Debió ser un paréntesis donde no habrían sido invitados ni el valor ni la mesura. Ese debió ser nuestro legítimo momento para llorar sin el límite de las fórmulas sociales y sin el juicio que nos señalara como débiles.

Sí, papi, nos hizo falta que la gente nos rodeara con alabanzas a tu memoria. Sin ese lugar de llanto, nos quedamos cortos en las lágrimas que teníamos guardadas para derramar tu muerte, y ahora, como gotera lastimosa, yo voy llorándote frente a vitrinas que me hacen recordarte y vivo evitando hasta esa música que te traiga a mi memoria.

Aún cuando sé que tus deseos tuvieron la mejor de las intenciones –como todo lo que hiciste en vida por y para nosotros, tus hijos–, tengo que aprender de tu error. Así que, cuando me llegue el día, regalaré a mis hijos la libertad de llorarme y hacer todo aquello que a su corazón les de consuelo.


Y –con tus errores y defectos–, papi, así te amo, te extraño y te admiro.

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