¿Cómo
esperas que encuentre la puerta y salga, si no soy capaz de distinguir más allá
de las sombras?
Ese
lugar, ahí donde las razones y la lógica no tienen influencia, donde los
sentimientos se viven en tonos menores, y donde el alma levita con una inercia
sorda; ese espacio en donde muchos de nosotros hemos quedado atrapados, es lo que ahora todos
llaman: Depresión.
Los caminos
que nos llevan ahí son tan diversos y distintos que difícil sería enlistarlos, así
como se hace con las precauciones para tener un viaje seguro.
En mi caso,
lo que me condujo a ese solitario recinto, fueron la espera y la incertidumbre.
Mi
serenidad fue consumiéndose, día a día, ante la amenaza de que, uno de mis
seres más amados, resultara sentenciado a vivir un mal que amenazaba su vida.
Eran tantas las posibilidades con consecuencias fatales que, cada instante de
sosobra, erosionó los colores de mi mundo hasta dejarlo devastado en gris.
Para cuando
me di cuenta de lo alejada que estaba de algún puerto seguro, la orilla apenas
se divisaba y comencé a vivir en la soledad más fría y sinrazón que jamás
sentí. Mi nuevo hogar, entonces, se llamó desolación.
Pero como
Dios sabía de mi mudanza, apostó a varios ángeles con calzado de goma frente a
mi puerta.
El más
atareado de todos es a quien, desde hace décadas, llamo esposo.
Sin quejas
y con coraza de amor, él resistió los estallidos volcánicos de mi desesperación,
los metálicos silencios, mi gélida y la más de las veces etérea presencia, y
los tornados de miedo que hacían volar cualquier rastro de realidad o de
esperanza.
Otras
veces, como diminutos salvavidas, recibía mensajes de amigos recordándome que, desde
esa alejada orilla, abrazos y compañía me esperaban para mi regreso. Oraciones,
como murmullos, se escuchaban lejanos, cuando mi mente -agotada de miedo- quedaba en silencio.
Así es ese
lugar al que, muchas veces sin quererlo, llegamos para vivir como el lento
sumergirse de la arena movediza.
Por eso, cuando
alguien se encuentre en su trampa, no levantes el mazo del juicio ni amenaces
con llamar a la policía para que te libre de las molestias de la persona deprimida.
Mejor, si en tu corazón existe amor o al menos compasión, conviértete
en su ángel y, recuerda, mantén la mano tendida y la voz amable. Nunca sabes
cuando se dará el silencio y, tu presencia, puede ser la señal que ella siga para
salir por la puerta de la vida.
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