Es extraño enterarse de que algunas sustancias como vacunas,
antídotos y medicamentos, tienen como elemento esencial el veneno de alguna
planta o animal. Parece contradictorio pensar que algo diseñado para matar,
termine sanando o fortaleciendo al organismo.
Y recordé mi reflexión cuando, un dedo acusador, acompañado de
palabras llenas de ponzoña, me acusó como “mala madre”.
Confieso que, mi primera reacción, casi fue la bien aprendida
opción del mundo: devolver el golpe. Pero apreté los dientes y contuve todos
las posibles críticas al ejercicio de la paternidad de mi agresor. Entonces callé. Al
instante comprendí que dar un golpe bajo no me haría mejor persona, que el
veneno había hecho efecto matando la relación y que el daño estaba hecho.
Entonces ocurrió lo inesperado. La somnolencia que acompaña a
un gran dolor, me llevó a un lugar donde procesar mi experiencia: mis recuerdos.
Entre lágrimas, volví a esos días cuando tenía 21 años. La
noticia de la llegada de mi primera hija me llevaba a caminar con saltitos por
la vida. Comencé a vivir ajena al mundo que anunciaba una guerra entre
Argentina e Inglaterra, una devaluación inminente y mil desgracias por
doquier. Pues, lo único en que yo pensaba
era que, en pocos meses, tendría entre mis brazos a mi bebé.
Y cuando se tiene dentro una felicidad tan grande, lo
inevitable ocurre. . . se desborda y es indispensable compartirlo.
Así fue como, una mañana, mi hermanita –apenas 4 años menor
que yo- escuchó el plan de vida completo que había diseñado para mi hija.
Incluía clases de natación, una formación musical bien estructurada y, por
supuesto, muchos viajes. Le revelé mis hallazgos sobre los beneficios de que
escuchara música clásica desde el vientre y que le leyera en voz alta buenas
historias.
Auguraba para ella una vida perfecta y yo estaba comprometida
a lograr que consiguiera todas sus metas porque, según había leído, lo más
importante era descubrir sus talentos, su personalidad y sus intereses. Así
podría alentarla, guiarla y acompañarla para desarrollar todo su potencial. ¡Todo
sería maravilloso!
Ese desayuno, que terminó convirtiéndose en almuerzo, se
volvió en algo memorable para mí. Me sentía fuerte, valiente, poderosa y capaz
de cruzar el mundo entero, a pié, por amor a mi hija. (Continúa. . .)
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