¿De qué se trata ser viejo?
Es algo que voy aprendiendo y que, a pesar de la cercanía con mis
maestros, sé que jamás comprenderé hasta que mis huesos se hayan vuelto
livianos y mi carne se torne casi transparente. A pesar de todo y aunque no lo
entienda por completo, muchas cosas se van quedando en mi corazón para tratar
de entender la vejez.
A veces, ser anciano, me parece como el desandar del ser humano que
baja de la cúspide de la plenitud. Lo veo como un caminante que, a cada paso en
la bajada, va dejando atrás hasta las habilidades mejor aprendidas.
Caminar, en esa etapa final, se convierte en un acto no sólo del
cuerpo, sino de discernimiento de la mente que decide cuando, donde y para qué
llevarlo a cabo. Lentamente, esa movilidad y destreza que desarrollamos desde
que dejamos el gateo, se toma como una opción que compite, a cada paso, con la
resistencia natural de nuestro cuerpo a padecer el dolor que el simple hecho de
andar produce.
El tiempo, siempre tan escaso en la juventud y la vida adulta, tiende
a sobrar al colmo del hastío. Esa época en donde vivía saturado de actividad y
compañía es, entonces, sólo un recuerdo que puede ser usado, cuando alguien
está dispuesto a escuchar, para compartir el relato de un cacho de su historia.
La vejez, a quien ahora disfrazan con el título largo de “adulto mayor”,
es el pasaje donde el dolor es el compañero constante y cuando todo lo que
atesoramos a fuerza de aprendizaje, debe ser devuelto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario