En la lucha por salvar su pierna, Zacarías, logró la victoria. Hombre
ajeno al mestizaje, dio la batalla con esa voluntad que la piel color cacao añade
en el indígena. Pues, la convalecencia, no es costumbre de su raza y, en cuanto
logró obligar a sus piernas a sostenerlo, lo vimos deambular entre nosotros,
unas veces brocha en mano y otras con las tijeras de jardín.
Puertas de madera sintieron su mano acariciándolas con la herramienta
y, las flores, agradecidas por el riego y los cuidados de aquel hombre,
florecieron con entusiasmos de colores. Porque, Zacarías, fue hombre de
paciencia ensayada en los cultivos de maíz y de naranjos. La ociosidad la
curaba con laboriosidad aplicada, igual en afilar cuchillos que lustrar
cristales. La limpieza, un gusto que llegaba a ser pasión, lo llevaba de un rincón
a otro para hacerla lucir.
Muy pocos años se sentó ante un pupitre pero, los escasos que fueron,
le dieron una caligrafía de armoniosa simetría y la oportunidad de ser guía
para su esposa, entre los letreros de la ciudad; ahí, entre banquetas y pavimentos,
ese hombre del campo buscó un mejor destino para los que se quedaron en su
pueblo que pocas oportunidades de trabajo le ofrecían.
Hace treinta años, la naranja, aunque dulce y saludable, no pagaba ni
siquiera el precio de su transporte para dejar el pueblo y llegar a la venta.
Fue entonces que Zacarías recorrió el camino entre la sierra para hacer lo que
todo hombre de bien hace: Proveer para los suyos.
Esposa, hijos y nietos vivieron
de los frutos de sus manos. Retando a la pobreza del entorno que dejó,
él fincó casas para las familias que lo vieron hasta el último de sus días como el patriarca.
A partir de hoy, su esposa no encontrará la mano de la que, con docilidad y
confianza, se sujetó por más de cincuenta años. Ella se ha quedado atrás para
enfrentar su vejez con la dolorosa carga de la viudez y, los que conocimos a
Zacarías, nos quedamos con su ejemplo de responsabilidad, sabiduría empírica,
lealtad y contentamiento.
Nuestro buen Zacarías, ejemplo de mi gente y de mi origen, te
recordaré cada vez que riegue una flor o disfrute una cucharada de miel con
sabores de naranjo. Hoy te lloro y te escribo esta despedida.
Descansa en paz, amigo mío.
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