De tanto dar en el camino, el día de hoy, nos sorprendió sin
presupuesto.
Aunque es una fecha memorable, no hay dinero para disfrutar de
exóticas viandas en un buen restaurante. El presupuesto, celoso, nos recuerda
de las familias que de él dependen.
Aunque mi esposo, la persona a festejar, merece el mejor de los
regalos, hoy resulta que su corazón generoso se ha gastado lo ganado en dar y
dar de más.
Aunque mi amor por él es inmenso, no corresponde mi capital disponible
al amor que quisiera demostrar con un obsequio.
A punto estoy de dejarme invadir por la tristeza cuando, una mirada de
reojo, me revela el secreto de un día especialmente feliz: ¡Él reposa y respira
recostado a mi lado!
El ingenio se combina con ánimos recobrados y escarbo hasta el fondo
del refrigerador. Mezclo el entusiasmo con los víveres disponibles. Mando un
mensaje a nuestro hijo para que llegue a tiempo a casa porque, hoy, es un día
especial. ¿Y el regalo? Sonrío por el recuerdo. Todo lo que él anhela, lo llevo
puesto: La sonrisa húmeda, el corazón inquieto, la caricia lenta y la voz de
aliento.
Mi corazón se alegra, mi alma se emociona, mis manos se alborotan a
mitad de la cocina y espero ansiosa el
sonar de platos para alistar una gran celebración donde hoy se servirá, como
platillo principal, “El amor”.
Suena un timbre, mis ensoñaciones y prisas se interrumpen. Risas se
escuchan en la bocina del teléfono y una invitación inesperada llega. ¡Gracias
a Dios por los amigos que tiene su mesa puesta para celebrar con nosotros!
¡Todo listo para la fiesta en casa de nuestros queridos amigos! Todos
listos para ir con ellos y ser felices con una felicidad. . . ¡Sin presupuesto!
(La historia que ocurrió el 1° de octubre, cumpleaños de mi marido)
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