sábado, 13 de octubre de 2012

"¡Presente!"


De una familia de cuatro, tres partieron y uno sólo sobrevivió.
Cada uno de los que se fueron, extrañamente, tenían ya un destino marcado en el futuro. O, al menos. . . eso creímos todos.
El de manto rubio y entrepelado blanco era esperado en una casa donde, una joven, se convertiría en su protectora. Manchitas, con sus motas negras sobre el pelaje blanco, fue adoptado por nuestra familia para ser el compañero de juegos del que, más evidentemente, llevaba en sus manchas color canela como muestra de algún gen de angora, Niebla. Los tres, desde su llegada, tenían asegurada una casa y un amo.
Pero el pequeño negrito con manitas blancas, por ser el más común en el tono del pelito, aún vivía con la duda de encontrarse un hogar.
Sin darnos tiempo a reaccionar, el rubiecito murió en unas cuantas horas. Después, Manchitas mostró el daño de un defecto genético y no hubo salvación posible para él. Y,  con una lenta agonía, Niebla no alcanzó a librar la anemia producida por el hambre que vivió casi desde que nació ni la enfermedad que se aprovechó de su debilidad.
Así, sólo quedó el negrito que, aunque también tuvo de librar algunas batallas, ahora parece gozar de una salud espléndida y un ánimo inmejorable.
Lo miro complacida. Sus juegos simples me divierten y, su presencia, me hace comprender que él, con su futuro incierto y sin ser el elegido, es la imagen viva del “PRESENTE”.
Aunque sobre los otros se fincaron planes, ninguno de ellos alcanzó una rebanada de futuro y, ahora, el que trepa por el pantalón de mi hijo, duerme acunado sobre su pecho y ronronea tras devorar la comida de su plato, es el negrito.
Su nombre es Iñigo, que significa “Mi hijito” en el idioma Vasco, pero en mi conciencia lleva otro nombre que es, a la vez, un recordatorio del regalo, incierto y maravilloso, que debemos disfrutar: El presente.

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