Hoy es el primer día del futuro próximo y el último
de un ciclo que inició, venciendo un sinfín de contratiempos, hace un año. Y,
aunque mi promesa de apoyo la entregué mucho tiempo antes, fue hasta ese primer
día del ciclo que cierra, que mi voluntad y mi corazón se comprometieron a
cumplirlo a la manera de los alcohólicos remisos: “Un día a la vez”.
Esa odisea profesional, aun siendo parte del proyecto
personal de mi hija, se convirtió en la prioridad de toda una familia. . . la
mía. Porque a lo largo de 365 días, los planes giraron en torno a las
necesidades de cubrir pequeñas y grandes tareas, a veces de compañía, otras de
transporte y, las más silenciosas, de oraciones nocturnas.
Cumplir la promesa, ahora sé, fue el catalizador
de muchas emociones y, transcurrido el plazo, puedo declarar que ninguno de nosotros es el mismo.
A los que les tocó renunciar, además de un corazón más
generoso, ahora tienen la satisfacción de dulces memorias llenas de
sacrificio. Para quienes vivieron sirviendo, sin duda, pueden asegurar lo que
la Palabra dice: “Porque es más bendecido el que da, que el que recibe”.
Los momentos en que tuvimos que decidir las prioridades no
siempre fueron fáciles. Ese poderoso engendro dentro de nosotros llamado “ego”,
muchas veces, nos quiso convencer con el argumento de “primero yo”. Pero el otro
consejero, el amor, libró todas las batallas y nos alentó recordándonos la
promesa de amor incondicional.
Sin lugar a dudas, puedo decir que estoy muy orgullosa de mi
hija. Alabo su perseverancia, su compromiso y todas las veces que se levantó de
las caídas (¡Y vaya que fueron muchas!). Y junto a ese orgullo, sumo la admiración que
siento por cada miembro de mi familia porque, en amor, cerró filas y entregó su
amor con acciones, cada día de esos 365 días.
El fin común concluyó y se abre una nueva etapa que, estoy
segura, incluirá nuevos propósitos y razones para trabajar, luchar, reír y
sufrir juntos. No es claro aún quién será el siguiente blanco de nuestro apoyo
y servicio pero algo sí sabemos: Somos una familia que se ama y estaremos, en
amor, junto a cualquiera de los miembros de ella que nos necesiten. . . con amor incondicional.
¡Gracias, Dios, por cada uno de ellos!
¡Muchas felicidades, Doctora! Y ¡Buen trabajo, familia!
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