Empiezo a creer aquel dicho que reza, “lo mejor viene en pequeños
envases”.
Las esencias de los más caros perfumes, las grandes revelaciones que
nacen de una sola idea y, ¿no hasta dice Dios que la fe, del tamaño de un grano
de mostaza, mueve montañas?
Entonces creo que, la sabiduría, también me ha llegado en la
presentación de un pequeño niño, mi nieto.
Tocándole el turno de tener una “pijamada” en mi casa, habiendo sido
primero el de mi nieta, una noche antes, mi querido niño fue eligiendo las
actividades que entretendrían nuestro tiempo juntos durante la velada y al
amanecer siguiente.
Así, sobre la cama matrimonial que tiene los menos de tres metros
cuadrados reglamentarios, jugamos en la computadora con los personajes de moda,
armamos rompecabezas, me vio errar en mis habilidades para conducir un carrito cibernético
y, no pudo faltar, leímos el nuevo libro de “Valiente”.
Cabe aclarar que, fuera de mis rápidas visitas a la cocina para llevar
la merienda a la recámara y un par de escalas técnicas al baño, él y yo
permanecimos por horas enteras acostillados, uno al lado del otro, en menos de
un metro cuadrado y siempre sobre la cama.
Viviendo en una casa, la casa de mis sueños, con varios cientos de
metros cuadrados disponibles, nuestra convivencia requirió uno sólo de ellos y
un poco más, cuando requerimos estirar las piernas.
Por la mañana, en permanente risa, miramos los “Videos más graciosos
con animales” y la regla de utilización de espacio siguió cumpliéndose: menos
de un metro cuadrado sobre el sillón y una mesita plegable para desayunar juntos.
El evento, por más simple que parezca, sembró una semilla de sabiduría
que germinó rápidamente en las siguientes dos horas, dando como primer fruto, la decisión que había yo postergado por meses y meses: Dejar la Toscana, mi
hogar por los últimos casi dos años, por decisión propia y no por resignación.
Mi nieto, entre muchas cosas maravillosas, hoy me trajo la certeza de
que, cualquier espacio y en cualquier parte, siempre podremos llevarnos lo más
importante. . . nuestra mutua compañía.
Cierto es que quisiera haber podido morir en esta casa tan llena de
magia y ensueño pero, hoy me doy cuenta, lo valioso de ella no son sus piedras
y rincones, sino aquellos seres tan especiales con quienes la comparto.
Gracias, mi niño, porque desde
que existes, has traído bajo el brazo lo mejor de mí. Echemos a andar,
chiquillo, que yo te sigo y ¡Empaquemos nuestros maravillosos recuerdos para ir
al encuentro del siguiente capítulo!
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