Hasta las mujeres más cerebrales y analíticas tenemos sueños. Y,
aunque muchas ahora lo nieguen, todos ellos incluyen una “media naranja”.
Los vientos de autosuficiencia de nuestra época, según las feministas,
se empeñan en desterrar al “otro ser emocionalmente significativo” para
convertirnos en astas, erguidas y solitarias, que niegan una necesidad que, el
Creador del universo mismo, puso en nuestro corazón.
Así, mientras muchas van negando tal programación, todas vamos
avanzando a la madurez soñando con el hombre que vaya llenando de palomitas y
aciertos nuestra lista de necesidades como mujer.
Fue así como, después de palomear mi lista de tres columnas (indispensable,
importante y opcional), yo inicié un sueño hace ya varias décadas. El candidato
de mi lista se convirtió, por elección, en el hombre de mis sueños.
El tiempo, juntos, inició y más pronto de lo esperado, nuestros sueños
se fueron rompiendo. Las expectativas de mi listado inicial se mantuvieron
pero, por alguna extraña razón, mi vida con él no tuvo el curso que creí
asegurado.
Aun siendo un esposo y padre responsable, me irritaba la toalla mojada
sobre la cama o el clóset invadido de papeles de trabajo. Y, a pesar de que era
puntual a nuestras citas, muchas ocasiones mis hormonas superaban mis intenciones
de pasar velada en paz.
Él, seguramente, podría completar con soltura todos los desencantos
que vivió por mí y sus luchas contra las rutinas diarias que lo ocuparon en
horas de tráfico para llevar a alguno de los hijos a una práctica o vivir
apuros para llevarlos a la escuela.
En nuestros sueños, a fin de cuentas, se colaron todas las realidades
que un matrimonio debe enfrentar: quedar cortos en el presupuesto, el cansancio
diario, los desacuerdos en la educación de los hijos, la familia política, las
diferencias en el ritmo de nuestras hormonas y un sinfín de cosas más. Y así,
ese cuento de hadas, se convirtió en la vida cotidiana que hemos compartido.
¿Es entonces válido celebrar nuestro aniversario, a pesar de que no se
cumplieron nuestros sueños? Me detengo frente al espejo y observo mis arrugas,
mi semblante y mi mirada. Y esas pequeñas marcas junto a mis ojos y mis labios
me confirman que sí, pues tienen el ángulo de muchas sonrisas. Reconozco en mi
rostro el rictus de satisfacción y, mi mirada, me dice con su humedad que han
llorado lágrimas, las más, de felicidad y orgullo.
Si yo fuera la misma que hace más de veintitantos años, me quejaría y
renegaría de mi suerte al creer que, “el hombre de mis sueños”, se convirtió en
pesadilla. Afortunadamente, no soy la misma mujer que creyó que el mundo debía
ser como mis ilusiones lo dibujaban y que, con algunas canas y muchas arrugas
más, puedo declarar convencida:
¡Gracias a Dios por el hombre de mi realidad porque, más allá de los
sueños, él es el mejor ser humano que conozco! ¿Mi media naranja? No lo sé
pero, sí, mi mejor amigo y mi mejor opción.
¡FELIZ ANIVERSARIO!
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