¿Recuerdas
aquel día –hace veintiseis años–, cuando entré a tu oficina porque
necesitábamos hablar?
Me gustaba
cuando pasabas por la recepción y, al verte desde mi oficina, yo me iba como
sombra tras de ti. Después de saludarte, me sentaba al otro lado de tu
escritorio y hablábamos de todo un poco.
Pero ese día,
papi, mi conversación comenzó con un sollozo y el anuncio de que mi marido y yo
nos habíamos separado. Balbuceé mis quejas y no pude decir más. Me escuchaste,
sin dejar de mirarme, y luego preguntaste: ¿Necesitas algo, flaca?
Algunas semanas
después, él volvió a casa y retomamos el matrimonio que ha durado hasta hoy.
Jamás me preguntaste ni cómo ni porqué de decidimos volver a intentarlo.
Y en las últimas semanas, al participar en una invitación en las redes sociales compartiendo fotos para celebrar el matrimonio; además de estar
de espectadora en relaciones que viven al borde del precipicio, y porque
estamos por celebrar nuestro aniversario 30, aquel recuerdo me ha entretenido
el pensamiento con una única pregunta: ¿Cuáles fueron aquellos reclamos que
corrí a contarte y que pusieron en jaque a mi matrimonio?
Si te soy
sincera, pá, ¡no me acuerdo! Creo que exigía un poco más de compañía o . . .
¡no puedo agregar nada más! Entonces, ¿qué fue aquello tan grave que ni siquiera
hizo mella en mi memoria?
Así pues –no
pudiendo hacer una lista que rebasara un renglón–, decidí elaborar un listado "actualizado" para ver si lograba revivir lo que no pude recordar. Y, ¿sabes,
pá?, cada vez que estuve a punto de añadir una razón para el divorcio, espulgué un poco
más y encontré que el origen del 99% de los “problema” entre tu yerno y yo, no son más que una expresión del cansancio.
Sí, nuestros
conflictos encuentran su origen en el agotamiento que nos desgasta la paciencia y la
tolerancia; y así, con esa merma, nuestra convivencia empieza a perder lustre y
deja de ser tan placentera.
Y en los
últimos días –con mi hallazgo en mano–, inicié el ejercicio de observar a otras parejas
que parecen embromadas (incluso al borde de la separación) y descubrí que
muchas de ellas están tan agobiadas por el cansancio que ya no ven al verdadero
enemigo, robándoles el ánimo y la tolerancia que podrían regalar a su media naranja.
Curioso, los
problemas de afuera –los verdaderos retos a resolver–, dejan de unirnos en el
reto de enfrentarlos juntos y nuestra relación, debilitada, entre en el proceso de
extinción.
¿Qué de qué me
ha servido invertir mi tiempo en esta reflexión y en mi ejercicio? Pues supongo
que, cuando estoy por iniciar la segunda parte de la jornada en mi matrimonio,
puede serme útil entender como y cuando surgen nuestras diferencias y, con algo de empeño, logre construir algo mejor.
¿Que qué tengo en mente?
¿Qué tal no
dejarnos llevar al extremo del agotamiento, ni permitir que la rutina o el
aburrimiento nos amilanen?
¿Qué como planeo combatirlos, papi?
Creo que
empezaré –como la mujer adulta y sensata que soy– escuchando a aquel ilustre
personaje de los cuentos que aconseja: ¡Mejor bailemos!
No hay comentarios:
Publicar un comentario