martes, 26 de julio de 2016

"GRACIAS, PAPA: ¡Y te busco en el día de la tormenta!"

Despierto y el hueco en el estómago sigue ahí. 
Me esfuerzo por trepar a la rutina que devuelva un poco el ritmo a mi vida y ¡no puedo, pá! Todo mi cuerpo parece resentir la cruda, como si hubiera vivido durante unas horas inmersa en el mal viaje de un adicto. ¡Tanto sinsentido! ¡Tanta bendición desperdiciada! ¡La avalancha del absurdo amenaza con aplastarme!
Y corro a ti, papi. Con prisa recurro a tu recuerdo, a ese comedor donde te interrumpíamos pidiendo el salero desde el otro lado de la mesa. Papi ¿podrías hoy hablarnos, otra vez, de la gratitud, de la manera de vivir una vida feliz, de cómo disfrutarla y del amor que une a la familia?
Pero, por más que cierro los ojos, no logro escucharte pues el bullicio del caos de emociones que reina en mi interior me perturba, me ensordece. ¿Acaso es que –fin de cuentas–, eras tú más idealista que yo? Porque, por más que busco, no veo que mucha gente viva la vida ni con gratitud ni demasiado empeñada en disfrutarla. 
¿Será que, como cansados quijotes, sólo quedamos tú yo persiguiendo tan noble empresa?
Siento que a mi corazón le falta un cacho y que un vértigo aqueja a mi mente.
Por eso estoy aquí, papi, escribiéndote para rearmar mi mundo interno después del cataclismo y porque es urgente una maniobra de reanimación para que reviva en mí el optimismo. 
Me empeño en reunir los pedazos de esperanza que tus palabras y las de Dios sé que tienen por ahí, aunque ahora me cueste recordarlas; echo mano a la rutina para que mis pasos me lleven a esos bosques que saben bien como arroparme; y escribo. Escribo para drenar la confusión y ser fiel a la promesa de mostrar lo que una mujer de más de medio siglo puede vivir después de una tormenta, donde la decepción y la confusión le asestaron más de un golpe.
Gracias por haber existido, papi, por hablarme sin descanso de futuros y "nuevos días"; por amarme tanto, tanto, y por sembrarme el alma de memorias que hoy me ayudan a asirme a tus palabras, esas que me alientan a salir de esta cama que me atrapa: "Hoy puede ser un principio y sólo tú puedes decidir ser alguien distinto. Este día no se repetirá y sólo tú decides como usarlo".
¡Hoy, a mis 56 años, me haces mucha falta, pá!


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