Dicen que las tragedias siempre vienen juntas y, para Zacarías, no hay excepción.
Su piel morena es sólo el comienzo de la gran tragedia pues, la historia de su infancia que lo marcó como iletrado e ignorante, se suma a un viacrucis que, sólo los que no son alcanzados por el beneficio de la educación, viven.
Zacarías, que apenas puede caminar, inicia su peregrinar con ese pie que ya no quiere andar y que lo ha martirizado como espina de huizache encajada por muchos días. Y frente a escritorios rayados, ocupados por los que saben escribir y hacer cuentas, en los hospitales del gobierno, recibe órdenes de ir a sentarse por horas a la sala atiborrada de otros que tampoco tiene derecho a preguntar o exigir atención.
La pierna se entumece, la infección avanza y todos los tejidos le mandan una nueva orden: ¡Vuelve a casa! ¡Necesito un lugar para quejar mi dolor! Y, como el perro callejero con la pata atropellada, Zacarías deja el lugar, sin medicinas, sin doctor, sin consuelo.
¡Que tragedia es ser indio en mi México! Pero, más tragedia es. . . ¡la ignorancia!
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