Tres segundos sin movimiento y, sin pensarlo, surgen de ningún lado sollozos y lágrimas.
¿De dónde han salido tantos lamentos? ¿Qué es esta tristeza que me ancla a mitad del pasillo y no me deja avanzar?
Respiro hondo y, cerrando los ojos, busco el origen. ¡Son ellos! Ahora reconozco sus voces y sus quejas apelan a mis razones. La larga lista de ellas se yergue altanera y confirman que sólo usaron su derecho a tomar mi tiempo, mi vida.
Suspiro. Tal vez estén en lo cierto. Las razones para invertir mi tiempo fueron ineludibles y, mi vida les perteneció. Pero, ahora, los que no viven por ninguna razón, porque no la necesitan, buscan las migajas de tiempo que requieren para sobrevivir.
Cada personaje de mi mundo, aquellos que viven en mi mente y se nutre de mis ideas, se mira lánguidos y desfallecientes. Los hilos de la novela que los mueve parecen corroídos por el olvido y se asfixian al vivir en el lugar sin espacio ni tiempo.
Cómo quisiera poder explicar al mundo, al que todos llaman “real”, que el mío, el que sólo yo necesito que exista, se está desvaneciendo moribundo por mi olvido.
Si tan sólo pudiera levar anclas y extender velas para navegar hacia él. Encontrarme con mis personajes y escribir un poco, aunque fuera sólo un poquito, de su futuro, sus emociones y sus dramas.
Un día, tal vez mañana, iré a su encuentro para llenar páginas con sus vidas, sus historias.
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