Ni las piedras, ni hasta los más mínimos detalles de decoración son susceptibles de cambio en la Toscana. Desde que entré, quedé cautivada por los rincones y las cosas más extrañas que aderezan su belleza natural.
Fue aquí que descubrí que, por encima de la madera, la piedra me hace sentir un lugar acogedor. Los muros enmohecidos, llaves viejas colgadas y, rocas de texturas y colores distintos dispuestas con natural sentido artístico, han sido mi fascinación desde el instante que llegué a este lugar. Y, a mi rincón de piedras, sólo lo veo cambiar cuando las hojas de otoño las cubren o cuando se entintan por el florecer de los pétalos rosados que surgen junto a ellas en la primavera.
Es por eso que, la iniciativa del jardinero de cambiar la disposición original de mis rocas, me generó una gran contrariedad porque ¡me gustan justo como estaban cuando entré por primera vez!
Afortunadamente, me gusta la fotografía y recurriendo a mi archivo de imágenes, encontré una que me sirvió de guía para reconstruir la decoración de mi patio con rocas y dejarlo como originalmente me enamoré de él.
Ante la vista del restaurado espacio, no pude evadir la pregunta: ¿Qué pasaría si, de la misma manera, admitiera a la gente que me rodea con sus perfiles, creencias y convicciones, y no intentara cambiarlos para que, a mi vista, resultaran aceptables? ¿Qué sería de la relación con mi esposo si yo le diera la libertad de conservar su autenticidad, la misma que me hizo enamorarme de él al inicio de nuestra relación?
Se me ocurre que, tal vez, debería dar a la gente el mismo tratamiento de “intocable” que le he conferido a la Toscana y amarlas así, tal como son.
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