En los programas para las computadoras existe un mecanismo llamado “Punto de restauración” que, en caso de que el sistema se colapse, sirve para volver al último momento donde aún operaba con eficiencia. En la mayoría de los casos, la información se conserva y se rescata la funcionalidad de los diferentes programas. Pero, no siempre se puede reparar el sistema al cien por ciento.
Eso me recuerda mi propia vida que, por la entrada de alguna influencia “virulenta” o elemento que desbalancea mi sistema familiar y de vida, toda mi existencia conocida se colapsa y vivo en riesgo de pérdidas. ¡Qué difícil resulta a veces volver al último momento donde aún podía operar sin dificultad!
Entonces, mis códigos de creencias se trastornan, las líneas de comunicación entre los distintos ámbitos se bloquean y todo entra en crisis. Y, parece ser, la edad “mediana”, como la llamó Carl Jung, es un tiempo en donde ocurre con más frecuencia de la que quisiera.
Al igual que con la computadora, apretar el botón para resetearla, puede resultar muy angustiante. Ver parpadear el guion blanco en la pantalla negra, me hace estremecer por la interrogante que me asalta, ¿volverá a servir, nuevamente? Lo fatal de todo es que, de no presionar el interruptor para reiniciar, la vida puede resultar miserable de vivirla.
Así que, con temblor de corazón y manos sudorosas, me preparo para vivir los momentos de silencio interior y fondos oscuros frente a mí. Pulsaré con determinación el botón y observaré mientras, mi corazón y mi razón, repasan cada parte de mi vida, sus valores y parámetros, mi sistema de fe, mis relaciones para que, al final, lo que aún funcione se confirme y, lo que deba ser borrado, se pierda y se deseche en la bandeja de reciclado.
¡Qué complejo es vivir, a veces! Y, ¡cuánto valor se requiere para intentar volver al “Punto de restauración”!
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