No recuerdo cuando casi muero ni el tiempo que debimos permanecer en cama hasta que el sangrado desapareció y pudimos seguir la espera.
No recuerdo cuando, el cordón enroscado en mi cuello, tiraba de mí, devolviéndome hacia su vientre mientras yo intentaba ver el mundo.
No recuerdo su rostro, aún matizado de sudor, cuando me vio a los ojos por primera vez.
No recuerdo sus argumentos para heredarme el nombre de su madre y que, por el resto de mi vida, llevaría para distinguirme de todos los demás.
No recuerdo su entusiasmo al verme caminar, un poco demasiado pronto, ni el suspenso colgado de sus ojos ante cada conato de caída.
No recuerdo sus lágrimas cuando, al tropezar, me rompí la nariz al golpearme contra el escalón, ni cuando crucé el portal, maleta en mano, para dejar su casa.
Tal vez una foto desteñida o una anécdota contada me han hablado de todo lo que me recuerda su amor pero, al ver sus ojos acuosos cuando parto y ese destello verde sonriendo a mi regreso, entonces, sin dudar. . . lo creo.
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